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La inserción en la actividad escolar de los medios que ofrecen las tecnologías de información y comunicación (TIC) se ha convertido en una indudable necesidad para las generaciones de alumnos de enseñanza básica y media, en el cuadro de las demandas de la vida social, económica y cultural de hoy. Aunque hay suficiente consenso al respecto, falta mucho por debatir y decidir en el plano de las políticas que definan la incorporación generalizada de los nuevos recursos en la escuela.
Lo vimos hace poco con la encuesta que hizo el Mineduc sobre la presencia de celulares en el aula, y donde se preguntó por la influencia de los móviles en cómo se desenvuelven los escolares.
En efecto, al analizar los inéditos desafíos que plantean instrumentos tan renovadores, cabe advertir que los cambios no solo alcanzan al manejo eficiente de los smartphones, sino en comprender el rol que pueden asumir los nuevos medios al servicio de la lectura y la crítica de la información y de las imágenes ahora accesibles.
Es importante, también, que los niños y niñas aprendan a respetar normas básicas de conducta en el uso de instrumentos de tan poderosos alcances, tanto para lo positivo como para lo negativo.
Un aspecto fundamental de esta transformación se vincula con el tiempo en el ámbito escolar. Por una parte, los recursos digitales modifican las acciones del docente y de los alumnos en el tiempo del aprendizaje; por otra, la planificación de las tareas tiene que responder a criterios de flexibilidad y a la previsión de alternativas, según el tiempo abarcado, porque se trata de medios en constante innovación, pues es sabido que las tecnologías de última generación envejecen pronto.
Las opiniones de numerosos especialistas sobre la materia fluctúan de manera extrema, pero ello es lógico. Hay quienes consideran que las TIC constituyen una innovación óptima que transformará de raíz la enseñanza y hay quienes advierten especialmente sobre sus riesgos, sobre todo si los alumnos quedan librados a su propio juicio, sin el control de padres y maestros.
Aunque decimos que ahora los estudiantes son “nativos digitales”, nuestros jóvenes aún necesitan mucha formación con los medios tecnológicos. El pensamiento crítico es una habilidad clave que hay que desarrollar por medio de un andamiaje intencional, incluyendo la capacidad de saber filtrar mentiras de verdades, de reconocer perspectivas y de tomar buenas decisiones acerca de sus interacciones en Internet.
Sin embargo, y a pesar de las oposiciones, la enseñanza siempre avanza más allá del mero uso instrumental de los medios. Lo que se requiere en nuestro medio es el desarrollo armónico de las políticas, los recursos, la formación docente y la planificación curricular.
Sería lamentable entonces que la promoción de esos medios sirviera para incrementar las desigualdades que abruman a nuestra educación y que, lamentablemente, pueden observarse diariamente.