En los próximos días, la Dirección de Arquitectura del Biobío presentará el diseño para la reposición del Liceo Industrial de Chillán, establecimiento que se ha convertido en un doble símbolo. Por una parte, del abandono del proceso de reconstrucción post terremoto del 27 de febrero de 2010 y por otra, del menosprecio que sufre la educación técnico profesional.
La iniciativa –que contempla una superficie total de 9.746 metros cuadrados para albergar a 780 alumnos, de séptimo básico a cuarto medio- se encuentra radicada en la región vecina, ya que data de 2013, o sea pertenece al periodo anterior a que Ñuble se independizara de Biobío.
Pero igualmente, lo ocurrido con este histórico plantel es revelador de la poca comprensión que hay sobre la importancia de la educación técnica y su postergación financiera ha sido la consecuencia de esa falta de conocimiento y valorización.
La enseñanza técnico-profesional, desde sus orígenes, encontró especialmente sus alumnos entre sectores socioeconómicos que valoraban la inserción de sus hijos en el mundo del trabajo sin necesidad de afrontar estudios superiores, largos y costosos.
Ese objetivo fue logrado en buena medida, pero los actuales desajustes muestran que esa vieja relación está deteriorada y que hace falta transformarla para recuperar una modalidad de formación que es imprescindible para enderezar el distorsionado mercado laboral chileno.
En los próximos 15 años, más de 600 mil nuevos técnicos profesionales buscarán empleos e ingresos decentes, de modo que resulta urgente hacer transformaciones en esta materia, pues hasta ahora la enseñanza media técnico-profesional no ha estado dentro de las prioridades que han marcado el debate educacional que se viene desarrollando con fuerza en el país.
Resulta relevante que se considere la articulación no sólo con el sector productivo, sino también con la educación superior, de modo que los egresados de liceos técnicos profesionales puedan continuar estudios en institutos profesionales, como también avanzar en mejoras para la docencia, con nuevas competencias pedagógicas y didácticas y un mayor compromiso de las empresas para implementar prácticas que agreguen valor al proceso de enseñanza aprendizaje.
En su programa, el presiente Gabriel Boric propuso avanzar hacia un nuevo currículum, “construido junto a las comunidades educativas, el mundo del trabajo, los territorios y actores del área del conocimiento, que pondrá el foco en la participación social plena de los y las estudiantes, sus trayectorias vitales, y los desafíos económicos y sociales del territorio.
Bien sabemos que el papel aguanta todo, pero lo real y urgente es que el país necesita poner en marcha con decisión un nuevo modelo que ponga a la educación y al trabajo en primer plano y recuperar una tradición que hace mucho ha sido dejada de lado, casi despreciándola.
Su reestructuración es el único camino para que la educación técnica recobre dimensión y prestigio y sus estudiantes tengan acceso a una formación de calidad y a una mejor empleabilidad e integración al mundo laboral.