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Señor Director:
Los hijos en estos tiempos no son hijos de sus padres, los padres son “amigos de sus cabros”, renunciando al papel de tales y la palabra padre se ha degradado: padre, papá, pa. No entienden que sus hijos buscan sus amigos entre sus compañeros de colegio, de barrio, de juegos, de clubes y, que de sus padres quieren que sean estos, sus padres, como autoridad moral, ejemplo de vida, admirados e imitados.
Las salas de clases son las responsables de la educación, pero es en el seno de la familia donde se crea el pilar primario de la formación que lo determina para toda la vida. La sala de clases muchas veces está contaminada por múltiples pensamientos, costumbres, principios, valores, buenos como otros malos y, es el hogar, donde está el tamiz que discierne lo bueno de lo malo.
Existen palabras sabias que deben estar en la educación de los hijos y en la sala de clases: deber, responsabilidad, voluntad, esfuerzo, disciplina, templanza y la palabra oculta en estos días: autoridad. Y, pocos conocen el sentido de la palabra voluntad, piensan que es hacer lo se viene en ganas, no la voluntad que se impone sobre nuestras pasiones y debilidades que nos hace ser hombres de bien.
La sala de clases muchas veces es la esperanza cuando los padres han renunciado a su deber, pero cómo luchar ante un ministro, un director, un profesor temeroso o cuando ese privilegio del educador impone pensamientos ideológicos, que en mentes inmaduras las absorbe como orilla de playa y que puede llevarlos a caminos extraviados.
Los hijos desde su nacimiento tienden a exigir derechos y que, si se mantienen a largo de la vida, dejan los deberes en un lugar subalterno, cuando debiera estar en un lugar de supremacía.
Alfredo Schmidt Vivanco