Si hay algo que representa el porvenir de nuestro planeta y el anhelo de una vida mejor son los niños. Por eso resulta tan trascendental que los más pequeños reciban una educación adecuada, ya que no solo están más abiertos y propensos a aprender, sino que muchas veces resultan los mejores maestros. ¿Quién se atreve a no cerrar una llave, a no apagar la luz, a no dejar de fumar cuando un hijo o un nieto lo piden? Nos incomodan porque sabemos que nos hablan desde la sabiduría.
Las nuevas generaciones tienen más conciencia del cuidado de nuestro planeta debido a los programas de educación ambiental que reciben en el colegio, algo que habría evitado muchos daños si los hubiéramos recibido quienes hoy son responsables de las actividades que impactan en la tierra.
La educación ambiental en nuestro país tiene no más de 40 años, desde la década de los 90 en adelante, cuando se comienza a crear la institucionalidad ambiental y con ello los cimientos normativos para promoverla. En 1994 se promulgó la Ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente (19.300), que fue modificada en 2010 por la Ley 20.417 que creó el Ministerio del Medio Ambiente, junto con el Servicio de Evaluación Ambiental y la Superintendencia del Medio Ambiente. Por último, en 2017 el Consejo Nacional de Educación aprobó las nuevas Bases Curriculares de Educación Parvularia, las que definen qué aprendizaje debieran conseguir los párvulos. Allí el desarrollo sostenible, se incorpora como uno de los nuevos requerimientos y énfasis de formación para la primera infancia.
Pero también en el seno familiar es posible ir generando esta conciencia. Cada vez son más las “mamás verdes”, cuyas intenciones están centradas en enseñar el respeto por el medio natural entre sus hijos, comenzando por el mismo hogar y predicando con su propio ejemplo. Por eso evitan el uso de productos tóxicos de limpieza, baño y maquillaje, controlan la generación de basura, cuidan el consumo de agua y usan lámparas de bajo consumo de energía. Se trata, en definitiva, de una enseñanza ética que proviene de la más esencial de las necesidades: cuidar el planeta donde vivimos y prepararlo para recibir muchas más personas en él.
Acciones como no derrochar el agua, no dejar equipos eléctricos encendidos o reciclar son determinantes en cuanto a la adquisición de una cultura. Es cierto que muchas de las pequeñas acciones que se realizan o promueven en el colegio o en la casa pueden carecer de un impacto profundo en el ambiente; sin embargo, lo tienen en la formación de esas personas que más adelante estarán a cargo de administrar los recursos del planeta.
Por eso resulta fundamental que los niños enriquezcan sus vivencias y tengan contacto con la naturaleza. Apreciar el mundo natural y actuar en correspondencia con estos sentimientos contribuirá a su cuidado y preservación.
Resulta muy positivo que los colegios incorporen programas de educación que desarrollen valores en cuanto al cuidado del medio ambiente, pues tan importante como pensar en el planeta que les dejamos a las futuras generaciones, es pensar en las generaciones futuras que le dejamos a nuestro planeta.