De nuevo los incendios en la zona del tesoro mayor: en el corazón mismo de la Reserva de la Biósfera Corredor Biológico Nevados de Chillán–Laguna del Laja. Hoy de nuevo le toca a la Reserva Nacional Ñuble, de 81.894 hectáreas, donde en el sector Los Peucos (comuna de Pinto) el fuego ya ha devorado 300 hectáreas de bosque nativo. Esa Reserva fue creada en el año 1978, con el objetivo de proteger las aguas de la gran cuenca hidrográfica del río Polcura. También destaca por ser uno de los últimos escondites del huemul que esperamos, hayan huido más hacia las alturas. Daño irreversible porque las añosas especies quemadas no podrán ser recuperadas sino en cientos de años. Tan pocos y tan alto habitan esos huemules que ya casi se disiparon y abandonaron la visibilidad en el escudo nacional. Y quizá bien merecido lo tengamos. Porque aparte de alguna leve zozobra noticiosa local, cuando en el 2015 allí mismo el fuego arrasó ¡4700 hectáreas!, el bosque tampoco fue prioridad.
El Gobierno Regional de entonces no sumó ninguna otra aeronave para combatir el fuego, las grandes empresas con inmensas plantaciones forestales tampoco, ni el currículum escolar se movió un ápice para incorporar el valor absoluto de un árbol nativo en la calidad de la vida humana. Si hiciéramos una encuesta y preguntásemos a cualquier ciudadano de cualquier edad, estrato o nivel de responsabilidad en Ñuble, qué es una Reserva de la Biosfera, cuál sería el privilegio de tenerla y dónde estaría la más próxima, las respuestas serían terriblemente decepcionantes. Y todo porque la cultura del bosque nativo simplemente no existe. Algunos saben de plantaciones madereras, pero tan pocos de silvicultura; es decir de cultura y sabiduría de los bosques y de su diversidad,
¿Qué ñublesino/a escolarizado sabe que el coigüe (koiwe) -aparte de que su nombre significa “el que renueva el espíritu del agua”- crece en laderas de exposición sur, cerca del agua y en sociedad con el radal y el maitén? Estoy convencido de que la ya muy avanzada demolición de la Biosfera tiene como primer responsable a la ignorancia de lo que la Naturaleza ha hecho y hace por nosotros.
Por ejemplo. El bañista de Cobquecura que goza tumbado en la playa ignora que la arena fue montaña alta, que la siempre atareada agua la llevó a su origen, el mar, y que éste, con sus olas y corrientes terminó de molerla y extenderla como cama a miles de veraneantes. Es más, qué poco nos acordamos que comemos, bebemos y respiramos por la inmensa tarea llevada a cabo por los elementos básicos de esa misma madre Natura
Los árboles nos surten de sombra, transparencia y oxígeno puro. El incendio de bosques, esa tan veraniega noticia, es sólo un aspecto del achicharramiento global que el estilo de vida de demasiados humanos provoca en el mundo. Arden la montaña, el mar y el aire; arde la vida presente, y todavía lo será más en el futuro. Arden los cultivos, cada día más calientes con la toxicidad de los pesticidas. Y en esta quema todos somos responsables cuando nuestra única prioridad es sólo querer vivir cada vez más cómodamente.
La comodidad es un crimen porque al pensar “que el otro lo haga”, “que en la escuela se eduque para cuidar el agua”, “que Conaf no permita la tala de walles y araucarias”, se genera extrema violencia ejercida contra los pocos bosques que nos quedan. Es curioso que a pesar de que millones de animalitos se quemaron despavoridos con los grandes incendios de hace tres años, Chile no reaccionó política ni socialmente como lo hiciera con los incendios del Metro. No nos importó. La comodidad es un ecocidio, ya que implica la desaparición de múltiples formas vivas y la enfermedad de los elementos y procesos esenciales.
Por fortuna, aún tenemos remedio en la Biósfera. Pero es una medicina que tenemos que curar. Los árboles sanadores hoy son una medicina en no poca medida muy enferma. Todo el sistema sanitario del planeta, nuestros bosques, requieren urgentes cuidados. Es decir: ¡lo que nos debe ayudar a curarnos también está hospitalizado!