La región de Ñuble debe enfrentar dos grandes disyuntivas en materia de desarrollo económico y territorial. Por un lado, resolver si se continuará priorizando el avance de las plantaciones forestales en desmedro del uso del suelo para actividades agrícolas, y por otro lado, tendrá que definir si el anhelo de agregar valor a la producción será solo un discurso o si se implementarán incentivos efectivos que permitan abandonar gradualmente la alta dependencia de los commodities.
Es sabido que la “commoditización” de la economía local apalancó el crecimiento en los años 80 y 90, sin embargo, la gran variabilidad de los precios internacionales de los commodities y por lo tanto, la alta vulnerabilidad de los productores locales, así como los elevados niveles de pobreza que se observan hoy, exigen replantear el modelo de desarrollo, altamente dependiente de las exportaciones de celulosa, madera aserrada y fruta fresca.
Asimismo, no hay que ser experto para entender que la agregación de valor es sinónimo de generación de riqueza y de mejores empleos, de la mano de la demanda por capital humano calificado, lo que redunda en mayores niveles de bienestar de la población. En ese sentido, el fomento forestal que operó en Chile entre 1974 y 2012 permitió a las grandes empresas potenciar la producción de celulosa y de madera aserrada. Sin embargo, ese fomento no tuvo una contraparte en el sector agrícola, que solo en el último decenio ha visto incrementarse los subsidios para obras de riego.
En efecto, el fomento forestal fue determinante en el avance de pinos y eucaliptos no solo en suelos degradados, sino que también en suelos de aptitud agrícola, donde el mercado resolvió la competencia por el uso del suelo, con precios distorsionados, en virtud de los subsidios. Y hoy es el mercado el que vuelve a resolver la competencia, pues el avance de los cultivos frutícolas, cuyos altos retornos han presionado al alza el valor del suelo en el valle regado de Ñuble, ha inhibido las plantaciones forestales en esa zona.
¿Debe la región permitir que nuevamente sea el mercado el que defina los ejes de desarrollo del territorio?
La respuesta es no. De hecho, ese es el sentido de la estrategia regional de desarrollo presentada a fines del año pasado, cuya aplicación ahora depende de las autoridades y su capacidad para implementar las políticas adecuadas que vayan en la línea de los objetivos trazados, donde el desarrollo agropecuario y agroindustrial es, sin duda, un eje primordial.
Es por ello que más que pensar en un instrumento de fomento forestal, lo que se requiere -una vez superada la pandemia- es generar incentivos a la agregación de valor a la producción maderera.
Lo mismo aplica para el sector agropecuario, cuyos actores siempre han denunciado el abandono en que se encuentran, pidiendo un trato similar al que recibió el rubro forestal por cuatro décadas, sin embargo, aquí tampoco el camino debe ser el fomento de las actividades extractivas, sino que los incentivos se deben estar puestos precisamente en la agroindustria y agregación de valor a los productos agrícolas.