El deterioro de la política no es nuevo, pero los políticos hacen muy poco para superarlo. Asistimos hace pocos días a la aprobación de una acusación constitucional contra el Presidente, en un escenario donde eran irrelevantes los argumentos a favor o en contra, pues cada uno ya tenía su veredicto. Se han discutido también diversos proyectos, con creación de comisiones, “escucha” de expertos y otros trámites, pero al final casi nadie cambia su opinión respecto de su postura inicial. Las llamadas “Interpelaciones” a una autoridad son uno de los signos más notorios de la falta de escucha mutua, pues mientras uno se prepara para “atacar”, el otro lo hace para “defenderse”, en un diálogo de sordos donde nadie cambia de verdad. Estamos ante una política de muy poca racionalidad y mucha emocionalidad, falta de auténtica épica y abundante en mediocridad.
Lo que se le ha extraviado a la política es la búsqueda del bien común, que es el bien de todos y de cada uno, y que solo es posible alcanzarlo juntos y mediante acuerdos. No es que no haya discusión, confrontación de ideas y legítima expresión de mayorías sobre minorías, pero no puede ser a costa de un clima permanente de exasperación y haciendo imposible encontrar puntos de contacto. La política no se puede agotar en iniciativas de corto plazo, sino que necesita de procesos de largo aliento fruto de un horizonte compartido.
Enfrentamos en los próximos días una elección presidencial con resultado y nivel de participación inciertos. Al parecer, parte importante de los electores votará más por miedo (a que salga el candidato al que considero una amenaza) que por convicción o adhesión a proyectos esperanzadores. Lo que es peor, todo indica que la elección y su resultado no mejorará sustancialmente el clima político, pues la fractura es honda y no parece haber voluntad para superarla. Cambiará el presidente, cambiarán muchos parlamentarios, pero ¿cambiarán las motivaciones y el estilo de hacer política? No parecen venir años de fácil gobernabilidad, en medio además de un escenario económico complejo y una convivencia cruzada por la violencia.
Con todo, no podemos perder la esperanza. Los ciudadanos tenemos mucho que decir y, por de pronto, no tenemos que eximirnos de votar. Seguramente no hay candidato/a que nos interprete en todos los valores que nos interesa promover y defender, pero habrá que elegir al que más se aproxima o al que menos los contradice. Hay que evaluar también la actuación de los candidatos en su vida política hasta ahora, pues en medio del deterioro hay quienes muestran algo más de responsabilidad y coherencia. Apoyar, asimismo, a quienes construyen acuerdos, trabajan por la paz y promueven, con su acción política, la dignidad de la persona humana.
Pero no basta votar. Los ciudadanos nos hemos retirado a menudo de lo público y hemos debilitado nuestro sentido de pertenencia a una misma comunidad política. Encerrados en los propios intereses y erosionando con nuestros actos una convivencia basada en el respeto mutuo, hemos abandonado un sueño de fraternidad de venza nuestra indiferencia y movilice nuestro amor. También somos responsables y podemos hacer algo más por revertir el deterioro de lo común. Dejar un mejor país a las generaciones futuras bien vale el esfuerzo.