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Detectan por primera vez deformaciones del suelo oceánico en la Fosa de Atacama

El proyecto IDOOS del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO) con base en la Universidad de Concepción (UdeC), que da nombre a esta tercera expedición, nace de un enfoque multidisciplinario, reuniendo a investigadores de diversas áreas como geología, geofísica, oceanografía y biología marina, entre otras. Este enfoque permite el estudio integral de los procesos dinámicos interrelacionados que ocurren en el océano profundo, proporcionando una oportunidad única para investigar, desde distintas perspectivas, los mecanismos que vinculan la actividad tectónica con la evolución del ecosistema marino en la Fosa de Atacama.

“La Fosa de Atacama, uno de los lugares menos conocidos de la Tierra, es clave para comprender la generación de megaterremotos y tsunamis, fenómenos que afectan la estabilidad del fondo marino, el transporte de sedimentos, y los ecosistemas” señala el director del Proyecto IDOOS, Dr. Marco Moreno, profesor de la Escuela de Ingeniería de la P. Universidad Católica e investigador principal del IMO.

Para comprender estos procesos, es fundamental un enfoque multidisciplinario. Por ello, el proyecto IDOOS combina oceanografía, geofísica y biología para identificar señales del cambio climático, la dinámica de los ecosistemas marinos y la actividad sísmica en las profundidades del océano. Este proyecto IDOOS tiene tres líneas de investigación: la primera, relacionada con los procesos oceanográficos y biológicos; la segunda, relacionada al cambio climático y; la tercera línea de investigación, relacionada a los procesos que generan tsunamis y grandes terremotos. Su financiamiento se logró mediante un proyecto FONDEQUIP mayor de ANID.

Esta es la cuarta expedición del proyecto. En las dos primeras, se instalaron equipos, incluyendo dos líneas oceanográficas con instrumentos para medir temperatura, corrientes, densidad del agua, oxígeno, CO₂ y flujo de partículas. Además, se desplegó una red de cinco sensores de presión para registrar los movimientos verticales del fondo marino. En la tercera expedición, realizada en octubre de 2024, se llevó a cabo de manera exitosa la primera mantención y toma de datos de estos anclajes oceanográficos. Para dimensionar el alcance de este laboratorio oceanográfico-sismológico submarino, es importante considerar que la línea oceanográfica más profunda, instalada en la Fosa de Atacama, alcanza aproximadamente 7.800 metros, mientras que otro anclaje se encuentra a 4.500 metros y los sensores de presión operan a profundidades cercanas a 6.000 metros. Todo un desafío tecnológico y científico que posiciona a Chile en la vanguardia de la exploración del océano profundo.

“Gracias a todo el trabajo de los especialistas de IMO y del Centro de Instrumentación Oceanográfica (CIO) de la UdeC, los dos anclajes estaban funcionando, los datos estaban midiendo de forma continua y la misión fue todo un éxito, ya que por primera vez se logran obtener datos continuos, que permiten estimar de manera casi simultánea, procesos oceanográficos y tectónicos. Eso es lo más importante. Son datos multi paramétricos desde la físico-química del agua, condiciones biológicas, etc., y el cambio climático que hoy es tan importante”, recalca el Dr. Marcos Moreno.

Sensores geofísicos

Los grandes terremotos ocurren en zonas de subducción, como en Chile, donde la colisión entre placas tectónicas deforma la corteza terrestre. Este proceso genera una profunda depresión en el fondo marino, conocida como fosa oceánica, que en Chile alcanza más de 8 km de profundidad, a tan solo 130 km de la costa.

En estas fosas, la placa oceánica se desliza bajo la placa continental, acumulando enormes cantidades de energía a lo largo de décadas o siglos. Cuando esta energía se libera abruptamente en un gran terremoto, la ruptura puede extenderse hasta la fosa oceánica, desplazando el fondo marino y generando tsunamis de gran magnitud. Así ocurrió con el megaterremoto de Valdivia en 1960 (M9,5), el mayor registrado en la historia, y con el terremoto de Maule en 2010 (M8,8), que provocaron devastadores tsunamis.

Para monitorear estos procesos, en 2023, durante el primer crucero IDOOS, se instaló una red de cinco sensores en el piso oceánico en colaboración con científicos alemanes a bordo del buque de investigación Sonne. Ahora, en enero de 2025, el equipo ha regresado a la Fosa de Atacama con el buque oceanográfico Cabo de Hornos de la Armada de Chile, logrando llevar a cabo la compleja misión de mantenimiento y recuperación de los datos registrados por estas estaciones submarinas.

La plataforma IDOOS está instalada en la brecha sísmica de Atacama, frente a Taltal, una zona identificada como laguna sísmica, donde el último gran terremoto ocurrió en 1922 y el anterior en 1819. Se estima que estos eventos se repiten aproximadamente cada 100 años, lo que sugiere que la región se encuentra en un período de acumulación de energía tectónica.

“Los datos en tierra ya indican que esta zona está acumulando energía y que pronto podría ocurrir un gran terremoto de magnitud 8,0 a 8,5. Por eso, las mediciones geofísicas submarinas son clave, ya que con los equipos terrestres perdemos resolución y no podemos captar con precisión los procesos donde realmente se generan estos eventos”, explica el investigador principal del IMO, Dr. Marcos Moreno.

Con estas observaciones, se puede determinar si la energía acumulada en esta zona alcanza la fosa oceánica, lo que es fundamental para evaluar si un futuro terremoto podría romper hasta la fosa y generar un gran tsunami en Atacama. Estos datos nos permitirán comprender mejor las señales que anteceden a un gran sismo.

Recuperar lo que parece imposible

La recuperación de instrumentos oceanográficos desde las profundidades de la Fosa de Atacama es un gran desafío tecnológico, considerando que estos equipos se encuentran a más de 6.500 metros de profundidad y deben soportar una enorme presión.

El proceso comienza con la navegación hasta la ubicación exacta de los sensores, donde los científicos del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO) deben establecer comunicación acústica con los equipos sumergidos. Para ello, utilizan un módem acústico, un dispositivo que envía y recibe señales mediante ondas sonoras en el agua.

Una vez establecida la comunicación, el siguiente paso es verificar el estado de los sensores, asegurarse de que están operando correctamente, descargar los datos registrados y, en algunos casos, recuperar los equipos para su análisis en tierra. “A 6.500 metros de profundidad, las presiones son enormes, lo que hace que esta recuperación sea un verdadero desafío tecnológico.”, explican los investigadores.

Este tipo de misiones requiere una combinación de precisión, tecnología avanzada y pericia en el mar, garantizando que los instrumentos continúen operando en futuras expediciones para seguir explorando las profundidades del océano.

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