Que Ñuble tenga menor desigualdad de ingresos que el promedio país no es más que una leve diferencia estadística, y en el fondo solo dice que en esta región hay menos ricos que en Santiago, que exhibe la mayor desigualdad a nivel nacional.
El coeficiente de Gini, que es el indicador internacionalmente aceptado que mide la desigualdad de ingresos en una economía (0 es completamente igualitario, 1 es completamente desigual), le asigna a Ñuble 39 puntos, levemente inferior a los 42 que exhibe Chile en promedio, y a los 44 de la Región Metropolitana.
Sin embargo, el promedio de los países de la OCDE es de 28, es decir, tanto Ñuble como el resto del país están muy lejos de alcanzar niveles de países desarrollados.
Al revisar la evolución del coeficiente de Gini en los últimos 30 años en la Región de Ñuble, se observa que en dicho periodo se ha avanzado en términos de reducir la desigualdad de ingresos, pues mientras en 1990 el indicador era de 58, en 2009 había descendido a 48 y 13 años después a 38,7.
Y es ahí donde debe estar el foco de la atención y del debate, pues hasta ahora se puede decir que gracias a políticas públicas acertadas, a una mayor cobertura de la educación y a una mayor participación laboral ha sido posible reducir la pobreza.
Lamentablemente, aún queda mucho por hacer, y mientras algunos expertos apuntan a la generación de empleos como el mecanismo clave para reducir la desigualdad, otros sostienen que los empleos deben ser de calidad, por lo que se requiere educación.
En ese sentido, es positivo que exista preocupación sobre el tema y que haya voluntad para avanzar, sin embargo, quizás no basta con enfocar los esfuerzos en los factores antes descritos ni basta con fortalecer las políticas públicas implementadas en las últimas dos décadas.
Pensar en la desigualdad como un asunto de acceso a oportunidades, no solo de trabajo, sino que de generar negocios, implica necesariamente cuestionar el sistema económico y sus imperfecciones, puesto que bajo las actuales condiciones, los dueños del capital financiero son muy pocos y seguirán siendo pocos en la medida que se mantengan las actuales reglas del juego.
¿Pero está preparado Chile para un debate de este tipo?
A la luz del tenor de discusiones como el proyecto de reforma tributaria que ha recibido sucesivos portazos y la propuesta de nueva Constitución, en que no se observan consensos, sino todo lo contrario, aparentemente no está preparado.
Chile es un país desigual, no sólo en la distribución de los ingresos. Es desigual porque están los que discriminan y los discriminados, los que heredan fortunas y los que trabajan duro cada día para no perder su casa, los que tienen vínculos y los desprotegidos, los que roban y los que nunca supieron que fueron robados, los cómodos con el establishment y los que critican el sistema.
Debatir sobre desigualdad es tan complejo como revisar los escenarios que son causa o consecuencia de ésta. Pero atreverse a esta discusión es la única vía de avanzar hacia una economía más justa, con más oportunidades, y donde el capital financiero no sea el único valorado, sino también capitales sean el esfuerzo y el conocimiento.