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Desigualdad

El último reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) constata no solo que América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo, sino también algo que los países desarrollados aprendieron hace rato y por lo mismo evitan: se trata de la “trampa de desarrollo”, donde desigualdad y crecimiento económico se potencian. Además, el informe subraya que “las múltiples crisis de la pandemia del Covid-19 han pesado más sobre los que ya se habían quedado atrás, exacerbando aún más las desigualdades a lo largo de 2020 y 2021”.

También, recientemente, la Cepal publicó el estudio “La ineficiencia de la desigualdad”, que asevera que la desigualdad no sólo es ineficiente, sino también insostenible. Este fenómeno nutre patrones de funcionamiento institucional y cultural que no promueven la productividad ni la innovación, sino más bien refuerzan las desigualdades y, en última instancia, las incorporan en las relaciones sociales como algo aceptable y -peor aún- las reproduce en el tiempo.

En síntesis, la tesis es que la desigualdad puede ser una amenaza para la salud de la democracia y más allá de que sea correcta, lo que resulta interesante resaltar son los alcances políticos de su análisis, pues plantea que a mayor concentración económica, mayores recursos tiene la minoría más rica para impulsar por distintas vías las políticas que la favorecen.

En todo el mundo, la agenda económica de los grandes grupos económicos, directores de empresa y altos ejecutivos, generalmente se concentra en dos ejes: impuestos más bajos y menor intervención estatal, ya que dependen solo de manera indirecta de los bienes y servicios financiados públicamente.

A medida que la desigualdad aumenta, sus intereses se distancian cada vez más de los del resto de la sociedad. Y la tendencia se ha ido acentuando. Por ejemplo, los “súper ricos” presentan una mayor concentración de la riqueza que gran parte del mundo capitalista. El 1% más rico concentra el 31% de los ingresos, 45% más de lo que concentra este segmento en Estados Unidos, 152% más que en Alemania y 235% más que en Suecia.

Nuestro país presenta los mayores niveles de concentración y acumulación para el listado de países en que es posible realizar este tipo de mediciones. Aquí, el 0,1% más rico concentra el 18% de los ingresos. Es decir, que el ingreso mensual por persona disponible para ese grupo supera los $100 millones.

Y como en Chile se sigue cumpliendo ese viejo dicho de “el que pone la plata pone la música”, la mayor concentración económica le otorga a los ricos mayores recursos para impulsar por distintas vías las políticas que lo favorecen. Al frente, en tanto, tienen al resto de la sociedad, menos pudiente, más numerosa, pero que encuentra cada vez más dificultades para acordar una agenda en común, pues suele perseguir intereses difusos y contradictorios.

La evolución y el genoma han demostrado la igualdad irreductible de los seres humanos, como también que la fraternidad tiene un sustrato materio-energético poderoso, de modo que la violación de esta realidad lleva inexorablemente a la frustración e infelicidad del individuo.

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