La creación de la Región de Ñuble generó grandes expectativas entre los habitantes de sus 21 comunas, no solo relativas a una mayor presencia del Estado en el territorio, sino también por el aumento de la inversión privada, motivada por el soporte institucional público que iba a tener como base las cabeceras provinciales: Bulnes, San Carlos y Quirihue.
Tal soporte aún no existe. De hecho, es una de las principales deudas del proceso de instalación regional, junto con el déficit de funcionarios, transformándose en una de las grandes decepciones a 5 años de la puesta en marcha oficial de la nueva región.
Una decepción que tiene una expresión concreta en la información que se puede obtener del Banco Integrado de Proyectos (BIP) del Ministerio de Desarrollo Social. Allí se constata que la mayor cartera de proyectos se concentra en la provincia de Diguillín, principalmente en Chillán, la capital regional. En contraparte, las provincias de Punilla e Itata no superan el 20% y 15%, respectivamente.
Este enorme desequilibrio debería preocuparnos a todos, pues configura un centralismo intrarregional de origen que puede prolongarse y en la práctica perpetuar inequidades entre la provincia más poblada y las otros dos que ya hoy exhiben un importante rezago en materia económica.
No hay que olvidar que la vinculación entre la transformación de Ñuble en una región y el incremento de las inversiones privadas pasa por tres aspectos fundamentales que se ubican en el camino entre uno y otro.
En primer lugar, se debe tener presente que las inversiones están cerca del poder, de modo que la descentralización en la toma de decisiones, a través de las nuevas provincias, debería ser un incentivo para hacer nuevos negocios. En segundo lugar, hay que considerar que la inversión pública es un factor de la inversión privada, y en tal sentido el aumento de la asignación de recursos públicos, viene a ser otro estímulo. Finalmente, un tercer aspecto que contribuye al fomento de la inversión privada es la existencia de certezas y principios orientadores, dos derivadas de la estrategia de desarrollo que la nueva región necesita.
En síntesis, con cercanía al poder, con inversión pública y con certezas orientadoras sobre el tipo de desarrollo que se quiere para las provincias y cada una de sus comunas, se puede pensar en construir una política de atracción de inversiones sólida, arraigada y pragmática, que plantee incentivos concretos y competitivos respecto de otras regiones.
Es por lo anterior que resulta esencial la mirada que los empresarios tienen del proceso de planeación futura, pues saben que la instalación de la región es recién el comienzo del camino, y no el fin, entendiendo que ese camino llevará a un desarrollo integral del territorio.
En ese sentido, tan importante como las opiniones de autoridades y expertos, es muy valioso escuchar al empresariado. Ñuble reclama una nueva visión, y los empresarios locales tienen mucho qué decir al respecto.
De la información que se puede obtener del Banco Integrado de Proyectos (BIP) del Ministerio de Desarrollo Social, se constata que la mayor cartera de proyectos se concentra en la provincia de Diguillín, principalmente en Chillán. En contraparte, las provincias de Punilla e Itata no superan el 20% y 15%, respectivamente.
Este enorme desequilibrio debería preocuparnos a todos, pues configura un centralismo intrarregional de origen que puede prolongarse y en la práctica perpetuar inequidades entre la provincia más poblada y las otros dos que ya hoy exhiben un importante rezago en materia económica y de acceso a servicios básicos.