Un reciente informe elaborado por el Instituto Legatum, (IL) acerca del Índice de Prosperidad, que mide crecimiento, gobernabilidad, calidad de vida y felicidad de 104 países del mundo, muestra que nuestro país aparece en el tercer lugar de Latinoamérica, después de Costa Rica y Uruguay, sin embargo, en el tema de calificación del capital social, bajamos más de 50 lugares, ocupando el puesto 85.
Este capital está conformado por el nivel de participación política y social que tienen las personas, así como por la confianza, tanto en instituciones como respecto de los demás individuos.
La relación entre capital social, crecimiento y desarrollo de una nación es muy importante, ya que mientras más capital social exista, la sociedad es capaz de crecer en diferentes aspectos, que a su vez potencian un mayor crecimiento económico.
Por otra parte, a mayor capital social menor corrupción, pues se fortalecen las funciones fiscalizadoras de la propia ciudadanía y el Estado tiene mayores controles. El accountability o control ciudadano, forma parte de este importante capital de un país, junto con el capital humano y el ambiental.
Chile tiene una deuda muy importante en materia de confianza. De acuerdo a la Encuesta del Centro de Estudios Públicos (abril 2021), apenas un 9 por ciento manifestó tener confianza en el Gobierno y un 8 por ciento en el Congreso. Solo un 30% confía en Carabineros y el 37% en las Fuerzas Armadas. Y según la Encuesta Bicentenario de la Universidad Católica (2020), solo un 1% de los consultados afirma confiar en los parlamentarios, un 7% en las empresas, un 10% en el Gobierno, un 17% en las municipalidades y un 28% en las Fuerzas Armadas.
Esta desconfianza se originaría por distintos factores, como los episodios de corrupción, colusión y financiamiento irregular de la política, sumado a una insatisfacción de la población con la capacidad de las instituciones públicas de responder a sus problemas, tales como delincuencia, narcotráfico, salud, educación y vivienda, entre otros.
A todo esto se suma -como afirma el documento- “una desafección profunda hacia la política, una de cuyas expresiones más preocupantes es el desprestigio de los partidos políticos”.
Otro factor que se mide para determinar un alto capital social es el tiempo que cada individuo le dedica a labores asociativas y de voluntariado. Sobre este aspecto se constata un creciente individualismo, ubicándonos como el país de Latinoamérica donde más ha descendido la participación en fundaciones, colegios profesionales, organizaciones de barrio y obras de caridad. Tratándose de la confianza en los demás, los valores tampoco superan el 30%, mientras que en los países de alto capital social la confianza en los otros supera el 70%.
Descontando que valores y virtudes como la honestidad, responsabilidad, veracidad y respeto se enseñan desde la cuna, debemos reclamarle a la política -y a sus interpretes actuales- reformas legales, principalmente en materia de participación ciudadana.
Si existieran más instancias de decisión colectiva cuyos resultados fueran vinculantes para la autoridad, tal vez existirían menos movilizaciones, más diálogo y menos espíritu paternalista, aquel que espera que el Estado sea el que resuelva los problemas en vez de la sociedad civil activa y organizada.