Las ciudades crecen y se desarrollan y existen diferentes formas de hacerlo, con mayor o menor planificación, con más o menos densificación, con mejor o peor infraestructura. En el caso de Chillán-Chillán Viejo se ha dado una dinámica regresiva, ya que el crecimiento ha carecido de una mirada de planificación, desarrollándose de forma desordenada, generando costos que habrían podido evitarse si se hubiese realizado organizadamente.
El alto valor del suelo en el centro y zonas pericéntricas de Chillán ha llevado a los inversionistas a posar su mirada en grandes paños de terreno que se encuentran en la superficie urbana aún no ocupada. Lamentablemente, ese crecimiento se ha dado de manera inorgánica y sin la adecuada conectividad, tal como ha ocurrido con el sector suroriente y Parque Lantaño, cuyos habitantes sufren a diario la congestión vehicular.
Se trata de una constante que se cumple a cabalidad: el sector privado va adelante de la planificación, lo que obliga a las autoridades a ir adecuando dicha planificación al crecimiento real, es decir, a ir detrás. Pero ello no debiera ser así, puesto que la ciudad puede definir con antelación los principios orientadores de su desarrollo urbano, que se plasman en instrumentos de planificación territorial.
¿Cuál debe ser entonces el modelo de crecimiento de Chillán? ¿Extenderse en las 3 mil hectáreas que le quedan? ¿Apostar por la compactación, asociada a una mayor densificación y fomento de la construcción en altura? Las ciudades compactas permiten aprovechar las obras de urbanización y servicios ya existentes, sin embargo, el crecimiento en densidad también deriva en alzas de precio del suelo y desplazamiento y segregación de las familias de menores recursos. Por otra parte, apostar por el crecimiento expansivo periférico no parece recomendable, dado que la experiencia nos muestra que hasta ahora solo ha generado efectos adversos en materia de transporte, dotación de servicios públicos y equipamiento urbano.
Chillán Viejo, en tanto, se ha transformado en una ciudad dormitorio y ha visto crecer en forma considerable las viviendas disponibles, sumando más de tres mil en la última década, lo que confirma la íntima relación que existe entre ambas comunas, pues muchos de los nuevos inquilinos de la ciudad histórica trabajan en la capital de Ñuble. Y frente a una población que se proyecta a 250 mil personas en diez años, con un parque vehicular que sobrepasará los 70 mil en menos de cinco años, es indispensable que Chillán y Chillán Viejo, junto con tener ambiciosos proyectos viales que permitan solucionar problemas urgentes, definan con prontitud lineamientos claros en términos de planificación, gestión y fiscalización urbana.
Los nuevos gobiernos comunales deben superar el simple rol correctivo que los ha caracterizado y, al igual como muy bien hace el sector privado, anticiparse a la expansión habitacional mediante instrumentos normativos que permitan condicionar y guiar los proyectos conforme al desarrollo que se aspira para la ciudad.
Cómo hacer frente al crecimiento poblacional y vehicular para que la calidad de vida no se deteriore y por el contrario, contribuya a mejorarla, es el gran desafío de la ciudad y la principal misión de quienes desde hoy gobernarán las comunas de Chillán y Chillán Viejo.