La depresión no es una novedad para nadie. Si una persona no la ha padecido, es casi seguro que conoce a alguien que sí. Hay 350 millones de personas afectadas en el mundo y para 2030 la Organización Mundial de la Salud (OMS) proyecta que el costo por discapacidad y pérdida de años de vida por esta enfermedad será más alto que el de cualquier otra condición, incluyendo accidentes, guerras, suicidios, cáncer e infartos. A esto se suma que alrededor de un 75 por ciento de los pacientes con depresión recae en algún otro momento.
Una reciente investigación publicada en la revista The Lancet describe los principales cambios en los diagnósticos de depresión observados antes y durante la pandemia de COVID-19 en 204 países, incluyendo Chile. El artículo revela un aumento de 53,2 millones en el mundo durante 2020-2021, lo que representa un incremento de 27,6% en la prevalencia. Chile no estuvo exento de drástico aumento, estimándose que durante la pandemia se diagnosticaron más de 400 mil nuevos casos de depresión debido al COVID-19, lo cual equivale a un aumento de 40,6% en comparación a 2019. En Ñuble, en tanto, cerca de 6 mil personas son atendidas cada año por esta enfermedad en diferentes centros de salud pública de la región.
La depresión es un cuadro que, según la definición de la Asociación Americana de Psiquiatría, afecta cómo una persona siente, piensa y actúa y causa sentimientos persistentes de tristeza y pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba. Pero es un concepto en evolución y en los últimos 10 años su definición ha ido cambiando. Los profesionales de la salud la identifican guiándose por manuales, chequeando que una persona cumpla con cierta cantidad de síntomas, los que deben durar por un determinado periodo de tiempo y presentarse con cierta intensidad.
La definición de esta condición también se ha vuelto más complicada. Ya no se busca una sola causa que la explique. No se habla de que es provocada por un desbalance químico del cerebro, ni tampoco se intenta dar con un solo gen o neurotransmisor que ponga todo en orden. Eso significa que una parte importante de las investigaciones apunta a tratar de entender cómo interactúan una mezcla de factores como los genes, la cultura, la crianza y el estrés. Por esto, se asume que la depresión está estrechamente vinculada a la forma en que nos hemos ido desarrollando y la personalidad ha cobrado vital importancia en los estudios.
La clave en este nuevo conocimiento es que la personalidad, aunque marcada por los genes, está fuerte mente influenciada por el desarrollo sicológico y social. Las conductas humanas son en buena parte la consecuencia del trato que reciben. Si quienes padecen depresión u otra enfermedad mental, en vez del aislamiento, son puestos en condiciones de expresarse y ser oídos, aumentan las posibilidades de una respuesta favorable.
Los mitos que rodean los trastornos psicológicos y psiquiátricos no solo ocasionan sentimiento de culpa y vergüenza en las personas afectadas, lo que dificulta un tratamiento oportuno y de calidad, sino también nos muestra nuestra propia incapacidad para relacionarnos y para amar. Está en nosotros desterrarlos y reducir la brecha entre los mundos de las personas con depresión y el de aquellos que no la sufren directamente. De cada uno y de todos depende el cambio de nuestra mirada colectiva sobre ésta y otras enfermedades que afectan la salud mental.