Share This Article
Desde 2013 se realiza un catastro de denuncias de maltrato entre los estudiantes y su comparación interanual revela un persistente aumento de las denuncias en todas las categorías, esto es maltrato físico, maltrato psicológico (fundamentalmente a través de redes sociales) y denuncias de agresiones sexuales.
De acuerdo al último reporte entregado por la Superintendencia de Educación, en 2023 la región registró 117 acusaciones por maltrato físico o psicológico, es decir, experimentó un alza de 12,5% más de denuncias respecto al periodo 2022, cuando se reportaron 104 casos. Si bien, las denuncias de la región representan un alza respecto al año 2022, esta es inferior al comparar con 2019, cuando hubo un 46% de aumento.
Sin embargo, la “cifra negra” de casos que no se denuncian es mucho mayor, y más todavía si se incluyen episodios erróneamente considerados “menores”, como burlas, insultos y exclusiones.
Igualmente, sería un error pesar que la violencia escolar entró en pausa durante la pandemia. De hecho, se intensificó a través del ciberbullying y ahora se traspasó a la presencialidad, y de forma amplificada.
Es indudable que la situación reclama una atención especializada, así como la presencia de nuevos recursos psicopedagógicos y sociales, porque las raíces de los comportamientos violentos no están en la escuela, y se requiere trabajar con esa perspectiva.
En efecto, la complejidad de este problema da pie para elaborar algunas reflexiones de resonancia familiar y social. Estamos viviendo tiempos confusos, en algunos casos de una gran violencia que ha llegado a ámbitos tan alejados de ella como deberían ser las aulas.
El debilitamiento de la autoridad familiar es un primer punto. Los especialistas dicen que “el poder joven” ha ido creciendo y la autoridad adulta se ha ido debilitando, lo que promueve la gradual sustitución de los códigos que deberían regular la conducta de padres e hijos. Esa misma falta de autoridad se ha venido produciendo en el sistema educacional.
Hace tiempo que la relación entre docentes y alumnos se ha ido planteando de manera también simétrica, en muchos casos como si fueran compañeros que se tratan de igual a igual.
Además, lo que siempre conocimos como disciplina ha recibido una suerte de embate ideológico que la muestra como un modo de represión y las sanciones como un producto del autoritarismo, con lo cual no sólo se deforma el significado de las palabras y los criterios de acción, sino que también se crean condiciones para un estado de confusión, sin valores y anárquico.
Por fin, al profundizar en las causas del problema, no puede omitirse la influencia de una sociedad confrontacional en la cual abundan lamentables ejemplos de incumplimiento de leyes, que crea indirectamente una fuente de contagio e imitación. Esa es otra dimensión del problema, otros son los responsables y las rectificaciones que hacen falta.