En el Día Mundial de la Lucha contra la desertificación y la sequía que se conmemoró ayer, la FAO dio a conocer que 2.000 millones de hectáreas están deterioradas en forma irreversible y de las 1.700 millones restantes, un 60% (unos 1000 mil millones de hectáreas) poseen procesos degradatorios de moderados a graves que afectan anualmente entre 5 y 7 millones de hectáreas de tierra productiva.
Ñuble no está al margen de este fenómeno e igualmente enfrenta a una notoria degradación debido a fuertes presiones por el uso agrícola y forestal. Sea por grandes sequías, por tendencias al monocultivo, ganadería intensiva en algunas zonas, a los incendios de campos, la escasa reposición de minerales y desmontes sin control, las capas superficiales de nuestros suelos, que son las mayores proveedoras de fertilidad, lo concreto es que hoy el territorio regional tiene el mayor riesgo de erosión del país, con cifras de pérdidas de suelo potenciales entre 130 a 180 ton/ha año.
Para hacer frente a esta inquietante realidad, se advierten dispares esfuerzos y resultados más bien pobres en los ámbitos privado y público. En el primero, pese a existir amplia evidencia de lo relevante que son las buenas prácticas agrícolas, su penetración entre los agricultores es aún muy baja. ¿Miopía, conservadurismo, falta de profesionalismo y asesoría adecuada? Lo concreto es que la mayoría de nuestros agricultores parece no comprender la conveniencia de evitar el uso intensivo del suelo, de rotar cultivos, del manejo eficiente y responsable de los agroquímicos y de la llamada nutrición estratégica de los cultivos, todas técnicas que reportan mayores rendimientos y beneficios económicos y reducen el impacto de la erosión.
Mientras tanto, la iniciativa pública ha centrado su esfuerzo en impulsar planes de mitigación, basado en la entrega de plantas y subsidios para la forestación de suelos erosionados de pequeños propietarios sumidos en la pobreza por efecto de la nula capacidad de producción agrícola de los terrenos.
Tal iniciativa, sin embargo, ha adolecido de un plan adecuado que permita a los pequeños propietarios disponer de alternativas productivas y de acceso a instrumentos financieros que sean subyacentes al valor económico de las plantaciones. En otras palabras, el gran problema de este modelo es cómo hacer más llevadera la larga espera de los flujos asociados a la maduración de las plantaciones forestales.
Nuestros suelos constituyen el pilar de la economía regional y la base de una agricultura que motoriza el desarrollo local, proyectándonos en un rol cada vez más estratégico como productores de alimentos. Sin embargo, muy pocas veces nos ponemos a reflexionar acerca de la preservación de esa delgada capa que en su parte más fértil tiene un espesor de entre 20 y 30 centímetros.
La historia de Ñuble está íntimamente vinculada a la productividad del suelo, razón de sobra para poner más atención sobre la sustentabilidad de las actividades que en él se desarrollan.