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Cuando la política se vuelve un laberinto lógico

Señor Director:

La campaña presidencial que atravesamos parece un catálogo de paradojas. No es un juego de salón; es un espejo incómodo de nuestra vida democrática. El clima informativo encarna algo análogo a la paradoja del mentiroso: mensajes que se refutan entre sí, desmentidos que también requieren ser verificados, contenidos que simulan transparencia mientras esconden su origen. Si todo se corrige a sí mismo y nada se asume, ¿dónde queda la verdad?

También opera el sorites. Se apilan slogans, gestos y promesas. ¿Cuándo deja de ser propaganda y se convierte en programa? La frontera es difusa por la vaguedad del lenguaje: pequeñas variaciones no cambian el estatus y, sin claridad de criterios, el montón de palabras no deviene proyecto. Asoma, además, la llamada paradoja de la tolerancia y el riesgo de autodestrucción democrática: un sistema abierto puede terminar debilitando su propia base plural cuando el debate se radicaliza y el centro del lenguaje político se desplaza hacia los extremos. ¿Cómo cuidar un vocabulario común que no erosione la convivencia?

No es un asunto menor. La política no solo administra poder; administra significados. Cuando la palabra se divorcia de la verdad, la democracia se convierte en un laberinto. La pregunta es simple y urgente: ¿estamos dispuestos a exigir palabras que correspondan con la realidad y no con la estrategia del momento?

Kenio Estrela

Académico Escuela de Filosofía Universidad Finis Terrae

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