Es inviable pensar en el desarrollo económico de un pueblo dando la espalda a la identidad cultural de su gente (Renato Segura, 2021).
Si nos comparamos con países de Europa y Asia, Chile es una nación extremadamente joven. Empero, nuestra presencia como miembro de la OCDE denota el interés de los agentes locales por nivelar nuestro modelo de crecimiento económico con el que han logrado culturas milenarias. Para ello, desde que Chile alcanza el estatus de país libre y soberano, los liderazgos han basado su estrategia de crecimiento económico interviniendo la estructura social. En este esfuerzo, como veremos más adelante, la identidad cultural de nuestra gente ha quedado en un segundo plano.
El proceso de independencia de Chile es consecuencia de los sucesos desarrollados en el mundo atlántico, como la independencia de los Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789). En la década de 1880 se inicia el modelo de desarrollo económico basado en la explotación de los recursos naturales, el cual se mantiene hasta nuestros días. Los capitales británicos financiaron la explotación de los grandes yacimientos de salitre, dejando una marca indeleble en la estructura social. Igual fenómeno ocurrió durante gran parte del siglo XX con las inversiones de empresas norteamericanas en la explotación de los grandes yacimientos de cobre.
La migración ha sido otro de los elementos que han caracterizado la modificación de la estructura social en Chile. Los colonizadores españoles llegaron a buscar mejores condiciones de vida en un continente que les prometía grandes riquezas.
A mediados del siglo XIX, con el fin de incorporar nuevas tierras y ejercer soberanía en el sur de Chile, el Estado implementó estímulos para el asentamiento de inmigrantes extranjeros provenientes principalmente de Europa. Dicha política migratoria marcó una buena parte del siglo XX generando fuertes cambios en la estructura social.
La última gran intervención ocurrió hacia fines del siglo XX con la aplicación del modelo de crecimiento económico de la Escuela de Chicago, lo que se denominó “la política del chorreo”. La pobreza era uno de los grandes flagelos que afectaba a la población. La teoría de la Escuela norteamericana apuntaba a combatir la pobreza con un modelo de crecimiento económico sostenido que surge a partir de alcanzar la estabilidad de las variables macroeconómicas. El combate contra la pobreza fue un éxito, generando una brutal desigualdad de niveles de progreso e ingresos en los hogares del país. En este escenario, nuevamente la identidad cultural quedaba relegada a manifestaciones espurias de chilenidad.
En este sentido, no es casualidad que las regiones con mayor nivel de raigambre cultural e identidad sean las que, en la actualidad, presentan los mayores niveles de subdesarrollo. La falta de una política rural que revela el Estudio de Política Rural de la OCDE (2016) es una señal clara de que en la región de Ñuble se da la espalda a la identidad cultural del territorio. La deuda histórica del Estado de Chile con el pueblo Mapuche es otra muestra viva de dicha realidad.
En resumen, mientras el país no de sentido a su modelo de crecimiento económico, cruzar el umbral de desarrollo al nivel de los países OCDE seguirá siendo inviable.