En los tiempos de la economía del conocimiento, no hay crecimiento económico ni desarrollo sin el incremento de las tasas de innovación, que al desplazar la frontera de posibilidades de la economía, es el camino para aumentar la productividad de los distintos factores de producción.
De hecho está comprobado que es la mejor manera en que los países –y dentro de ellos las regiones- fortalecen o construyen sus ventajas competitivas y enfrentan los desafíos del presente y del futuro.
Generalmente, se reconoce el potencial que para ello existe en nuestras universidades, pero también es indiscutible que abordar el emprendimiento y la innovación solo en la enseñanza terciaria, significa haber perdido importantes oportunidades de formación de potenciales creadores.
Hay allí una gran deuda de las políticas públicas y principalmente de la educación, partiendo de la enseñanza escolar, que debería crear las condiciones para que las personas desde la juventud tengan no solo el interés y la valoración positiva hacia la creación, sino que las habilidades y los conocimientos técnicos para ello.
El tema de la creatividad e innovación posee, como pocas cuestiones, un valor motivador, tanto para el alumno que la intenta como para el docente que la promueve. Ese mérito dinamizador reclama cierto planteo previo, que incluye un acuerdo sobre la significación de la creatividad y las expectativas de su promoción en el colegio, un distingo entre la creación y el proceso creador, y, por fin, el estímulo específico de ciertas cualidades personales que debe poner en juego quien procura crear.
Importante es apreciar que en la experiencia creadora no solo interesa el producto (la solución de un problema, por ejemplo), sino que importa, además, el proceso mental que permite llegar al objetivo, porque puede ser siempre apto en el futuro para resolver otras cuestiones que se propongan.
Suelen ser persuasivos en el modo de explicar sus creaciones quienes son reconocidos y están consagrados por sus innovaciones en el mundo de la cultura, pero ¿qué les ocurre a quienes dan los primeros pasos en el campo de la creación?
Es frecuente que tropiecen con la incomprensión, el desconocimiento y las reacciones adversas de sus contemporáneos y si finalmente son valorados, es porque afrontaron con valentía el rechazo de quienes se opusieron sin razón.
Esa “valentía” es un rasgo clave de la personalidad del auténtico innovador y es también un objetivo formador que el docente debe alentar en sus alumnos, quienes, en la escala lógica de los problemas que se pueden proponer en el colegio, al arriesgar una solución innovadora deben aprender a escuchar las críticas, pero no a temerlas.
Ese rasgo personal da fuerzas a la capacidad creadora y va más allá, porque las observaciones que recibe el alumno lo mueven a perfeccionar el logro alcanzado. A la vez, alimenta su confianza para proponerse nuevas metas.
Lamentablemente, ese rasgo deseable de la conducta de los jóvenes está quedando neutralizado en la enseñanza tradicional, que pide principalmente respuestas probadas y aprobadas y descarta lo distinto, sin someterlo a una crítica lógica que abriría otros caminos al pensamiento.