El sentido del término corrupción, más allá de delitos como el soborno y el cohecho, también se refiere a las acciones de depravar, pervertir y echar a perder, y éste es, precisamente, el efecto a más largo plazo de la corrupción: echar a perder una sociedad cuando ésta se acostumbra y deja de indignarse y de reaccionar contra ella.
Ese parece ser el gran problema que debería preocuparnos hoy. Que la sociedad chilena se empiece a acostumbrar a convivir con la corrupción y sus efectos disolventes. De hecho, estudios recientes advierten que ya no reaccionamos como antes ante este fenómeno de tan nefastas consecuencias. De alguna manera, se estaría instalando una peligrosa condescendencia que parece consentirla y que exterioriza resignación frente a lo que se considera inevitable.
La corrupción requiere complicidades y, aunque duela decirlo, la más importante es la de una sociedad que opta por agachar la cabeza y resignarse, cansada de ver estallar caso tras caso de arbitrariedad, clientelismo político, malversaciones sin castigo, abusos de poder y fraudes que al poco tiempo se evaporan y sus responsables también.
En ese complejo entramado de conductas reprobables, la política aparece apenas como un modo más de acumular poder o hacer dinero, por oposición a la vocación de servir a la sociedad. No parece importar demasiado si así se siembra en nuestros jóvenes el desinterés por la cosa pública o, lo que es peor aún, que se vea en la política la oportunidad de enriquecerse en forma rápida y deshonesta.
Hace poco conocimos el fraude al fisco “más grande de la historia”, con 55 empresarios detenidos, varios de ellos con importantes nexos políticos, por delitos tributarios que suman más de $240 mil millones. Al mismo tiempo, nos enteramos que seis ministros del gobierno se reunieron secretamente -en la casa de un operador político del empresariado- con representantes de la industria salmonera y de las AFP para discutir no sabemos qué, pues no respetaron la ley de lobby -creada precisamente para evitar la corrupción- y no hay registro alguno de los temas abordados.
También en Ñuble y otras regiones han quedado en evidencia varios casos de corrupción y existen otros, sobre todo en las municipalidades, que están en una zona gris y opaca, donde es difícil pesquisar responsables y determinar fehacientemente las fallas cometidas por funcionarios y autoridades de distinta jerarquía.
Asumiendo que la ética es una barrera de poca eficacia, los mecanismos de control ya no solo deben fortalecerse desde el punto de vista institucional, sino también ampliando su alcance mediante la incorporación de una ciudadanía activa en el combate a la corrupción.
Frenar el flagelo de la corrupción exige un fuerte compromiso de cada ciudadano honesto, pues solo perseverando en la demanda de transparencia, denunciando los vicios de políticos y empresarios, se podrá revertir la generalizada sensación de falta de probidad y uso de prácticas corruptas por parte de instituciones públicas y privadas.