El informe referido a la situación mundial sobre el alcohol y la salud, recientemente emitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), describe un preocupante escenario en el que resta mucho por hacer para detener el avance de esta adicción. En 2012, y pese a que el 48% de la población mundial jamás bebió alcohol, 3,3 millones de personas murieron en el mundo por su consumo excesivo. La cifra supera la de aquellas muertes por Sida, tuberculosis y violencia no atribuibles al alcohol en conjunto, y se asocia a que esta adicción es uno de los cinco principales factores de riesgo para enfermedades, discapacidad y muerte. Más impactante aún: uno de cada 20 fallecidos en el mundo muere por alguna de las más de 200 enfermedades vinculadas al consumo, entre ellas la cirrosis y la neumonía. El porcentaje de hombres (7,6%) supera al de mujeres (4%), aunque ellas son más vulnerables y con mayor predisposición a enfermarse.
La autorregulación ha demostrado ser inútil, señala el informe, mientras instan enfáticamente a proteger a la población de las nefastas consecuencias del consumo desmedido.
Medidas tendientes a reforzar esa protección, como el aumento de los impuestos, elevar la edad requerida para venta o consumo y la regulación en la comercialización de bebidas alcohólicas, arrojan evidencia sustancial sobre su ineficiencia, de acuerdo con lo reflejado en el informe.
El organismo recomienda fijar marcos con sustento legislativo en relación con la comercialización, la publicidad y la promoción de actividades dirigidas a los jóvenes, incluyendo las que involucran modernas técnicas de marketing en las redes sociales.
Basta esta recomendación en numerosas y fehacientes comprobaciones de que los jóvenes expuestos al marketing del alcohol son más propensos a beber, si no beben, o aumentar el consumo si ya son bebedores. En Chile, el consumo promedio es de 9,6 litros de alcohol puro por persona al año (13,9 litros los hombres y 5,5 las mujeres). Este indicador revela un problema grave que debe ser enfrentado con sentido de urgencia, considerando que la ingesta en nuestro país supera con largueza el promedio per cápita mundial, que llega a los 6,2 litros anualmente.
Está claro que la situación que surge del relevamiento realizado por la OMS en 167 países es alarmante y debería serlo mucho más en el nivel local. De hecho, el último estudio que el Senda realizó a nivel nacional, ubicó a la Región de Ñuble como aquella en la que más se consume alcohol en todo el país. La número uno con más del 51,2% de prevalencia y un 55% de consumo problemático.
Según datos regionales, el abuso en el segmento de 12 a 18 años alcanza al 24,5%. Es allí precisamente donde se debiesen concentrar gran parte de los esfuerzos tanto de la política pública como de la educación familiar. En nuestro país se monitorea el consumo, pero no sus consecuencias sociales, tampoco el grado de respuesta a políticas ante este problema que supone onerosos costos sanitarios que se estiman en cerca de 500 millones de dólares anuales.
El éxito de cualquier plan para prevenir y frenar el consumo desmedido de alcohol dependerá no solo de la convicción política de los funcionarios, sino también del compromiso de la sociedad civil y de los agentes económicos. Tres palabras definen el camino a seguir: liderazgo, conciencia y compromiso.