El pleno de la Convención Constitucional acaba de aprobar, en general, una norma que aseguraría a las mujeres la posibilidad de “una interrupción voluntaria del embarazo”. No se establecen condiciones ni limitaciones a lo que se considera uno de los derechos sexuales y reproductivos. Se abre, así, una puerta indudable al aborto libre, y se hace incorporándolo nada menos que en la misma Constitución Política.
Hay dos aspectos relevantes que me causan tristeza y estupor.
Lo primero, es el olvido y el silencio absoluto sobre el ser humano que está en el vientre de quien está embarazada. Simplemente no existe. Para los convencionales que han aprobado la norma, existe un derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, cuestión que no corresponde negar, pues todos, en verdad, somos dueños de nuestro cuerpo dentro de ciertos parámetros éticos y racionales. Pero el asunto fundamental aquí es que hay un segundo cuerpo, una segunda persona: la criatura en el vientre materno, de quien nada se dice. Es impresionante que se nos quieran ofrecer una Constitución que ignora del todo la existencia y la dignidad humana de quien está por nacer. Y más impresionante, aún, es que esa misma Constitución reconozca derechos y se preocupe de normar situaciones relacionadas con animales y otros seres vivientes. Muy bien por los animales y la naturaleza, si se trata de normas sensatas, pero es evidente que, de confirmarse lo hasta ahora aprobado, se estaría perdiendo el sentido de las proporciones y una auténtica jerarquía de valores.
El segundo aspecto que me entristece es la desconsideración de los convencionales con todos aquellos que rechazamos el aborto. Quienes aprobaron la norma saben, obviamente, que hay una parte importante de la población que no acepta el aborto por razones racionales, filosóficas, religiosas, etc. Saben también que, para las religiones y otras cosmovisiones, el respeto a la vida desde la misma concepción es un valor esencial, que no puede ser relativizado. Y, sin embargo, nada de eso parece importar a la Convención. Está claro que un texto constitucional no podrá dar el gusto en todo a todos los ciudadanos, pues hay múltiples temas en los que se tienen que tomar opciones, pero aquí no estamos ante cualquier tema, no estamos ante opciones éticamente neutras donde es legítimo optar por una u otra posición. Aquí estamos ante valores humanos trascendentales que, al ser quebrantados por la misma Constitución, harán imposible que esa Ley Fundamental pueda ser sentida como propia por muchos y, por tanto, apoyada a la hora de ser plebiscitada. Me asombra que los convencionales vayan tan lejos en esto, llevando el aborto a la Constitución, y no opten por ofrecernos un texto que realmente sea “casa de todos”, en el que podamos reconocernos, más allá de nuestras legítimas diferencias, en un proyecto compartido.
Todavía hay tiempo por delante para corregir, dialogar y ofrecer a la ciudadanía un texto de consenso, que sea fundamento para construir un país más justo y fraterno, y no una “imposición ideológica” sobre una parte importante de los chilenos. De lo contrario, nos mantendremos en un clima polarizado, que el proceso constitucional está llamado a encauzar con una propuesta más integradora.