Quizás el más importante cambio que ha llegado en medio de esta pandemia es que el centro de toda forma de relación entre humanos ha vuelto a ser el que debería haber sido siempre: la conciencia de nuestra vulnerabilidad permanente. Y es en estos momentos de preocupación constante cuando, por fin, entendemos que la civilización misma y cada uno de sus logros no han sido otra cosa que el intento sinfín de la humanidad por intentar vencer sus propias barreras que la han hecho y la harán para siempre vulnerable.
El arte, la paz y las guerras, los estados y las instituciones, no han sido otra cosa en el fondo que el intento humano por superar los límites dictados por su vulnerabilidad. Entender y asumir la vulnerabilidad como la característica que nos define como humanos es el único camino que podrá conducirnos a un futuro más sostenible y seguro. Solo cuando entendamos a todos nuestros pares humanos como seres tan vulnerables como nosotros mismos podremos perder esta larga colección de odios, resentimientos y mentiras que hemos construido durante tantos años.
Intentemos que esta prueba, que puede llegar ser muy dolorosa, nos enseñe por lo menos a ser un poco mejores y revalorizemos lo que significa vivir entrelazados: si salimos, podemos contagiar a los más vulnerables; si no pagamos nuestros servicios, dejaremos a los más necesitados sin empleo; si acaparamos los elementos que nos van a ayudar a sobrepasar este momento, seremos contagiados igual por aquellos que quedaron desprotegidos.
Malthus señalaba que después de toda pandemia o guerra venía una época de crecimiento económico, en este caso se demorará un tiempo que ocurra pues las pérdidas todavía son invaluables. No se sabe si habrá una nueva sociedad, pero al menos esta pandemia debe llevar a valorar el relacionamiento de los unos con los otros, el papel de la salud pública para el país y el valor de la solidaridad que debe aflorar para que unos y otros podamos sobrevivir.
Mucha gente ha muerto sola, familias no se pudieron despedir, pequeños empresarios no verán de nuevo su empresa y empleados deberán volver a buscar trabajo. Un duro panorama, qué duda cabe.
Al final de esta crisis, que todos esperamos que llegue pronto y con la menor cantidad de estragos posibles, todas nuestras vidas y nuestros planes habrán cambiado para siempre. El mayor error a estas alturas sería salir de estos días oscuros e inciertos sin haber aprendido lección alguna, o sin haber transformado radicalmente la forma en que vivimos y percibimos a los demás. Será, entonces, el momento de volver a lo esencial, prescindiendo de tantas cosas inútiles y nocivas, y buscar el camino para construir una humanidad más humana.