Con el objetivo de controlar la expansión del covid-19 en la intercomuna Chillán y Chillán Viejo, el Ministerio de Salud decretó una cuarentena general -la tercera desde el inicio de la pandemia- que obliga a las personas a estar confinadas en sus casas por al menos tres o cuatro semanas.
Por propia experiencia, sabemos que se trata de una estrategia que logra mantener el virus a raya por un rato, pero que daña prolongadamente a la economía. Ha empujado la tasa de desempleo a niveles superiores a la crisis de 2008, muy por sobre los números de los reportes del INE, llegando a 25% el invierno pasado, pues una buena parte de la fuerza de trabajo abandonó el mercado. Lamentablemente, esta dinámica regresiva se intensifica con este tercer confinamiento y la economía abulta su saldo en rojo, amenazando con hacer estragos sociales en el corto plazo.
Hay un alto porcentaje de chillanejos y chillanejas que vive de un sustento diario que hoy no puede conseguir. Esa es la realidad de una ciudad -y de una economía como la nuestra- que además de registrar una alta informalidad laboral, ha sufrido un enorme impacto en la masa laboral contratada.
La adopción de esta tercera cuarentena obligatoria es justificada ante la necesidad de reducir el ritmo de propagación del Covid-19 -más desatado que nunca desde el inicio de la pandemia, alcanzando ayer un récord de 810 casos activos- y aplanar la curva de contagios para impedir el colapso de la red hospitalaria regional, donde apenas quedan dos camas para pacientes críticos.
La otra cara es el severo impacto en las actividades económicas y en los hogares, donde los sufrimientos son tan diferentes como el contexto en que viven los afectados. Sin embargo, es evidente que el Gobierno debe concentrarse en los más pobres y mejorar en sus programas, que han carecido de suficiente alcance, se han enredado en la burocracia o simplemente no han funcionado.
Es evidente que las necesidades de miles de hogares son abundantes y crecerán por las restricciones económicas propias de las medidas sanitarias. Por lo mismo, el Gobierno debe concentrarse en primer lugar en esos compatriotas con mayores carencias.
Es una obligación ética mitigar el impacto de esta tercera cuarentena en una ciudad como la nuestra, empobrecida, con los sueldos más bajos de Chile y que por lo mismo requiere una atención especial de parte del Gobierno para soportar una pandemia que ha amplificado las desigualdades e inequidades.
Nadie esperaba un tercer confinamiento, pero esto es lo que ha traído el comienzo de 2021. Una mala noticia, que ojalá de paso al plan de recuperación económica que Ñuble y su capital necesitan. Con más ayuda estatal, con racionalidad en el uso de las cuarentenas, y con absoluta conciencia, en cada uno de nosotros, de que las restricciones que impone la autoridad no servirán para nada si no hay disciplina ciudadana ni autocuidado. Si esta no existe, el único ganador seguirá siendo el virus.