El territorio de la Región de Ñuble tiene una larga tradición asociada a la agricultura que no solo le ha permitido generar riqueza, sino que ha formado una cultura local que va más allá de ciertas fechas típicas, donde el campo ocupa un lugar importante en la identidad y memoria de sus habitantes. Por lo mismo, no cabe duda que seguirá creciendo al ritmo de las cosechas, como ha sido siempre, pero ahora también debe incorporar otros compases, como el de la sustentabilidad y la agregación de valor.
El desarrollo de la Región requiere de una gran voluntad y visión políticas y en el caso de la agricultura de definiciones que son claves para otorgar certeza a las positivas proyecciones que tenemos. En este sentido, mejorar la infraestructura de riego debiera convertirse en el principal desafío de las autoridades y de los agricultores, para avanzar desde los cultivos tradicionales a otros más rentables, con valor agregado y exportables.
Lamentablemente, el camino ha sido lento respecto de lo que se necesita y el país se está quedando atrás en eficiencia en el aprovechamiento de agua y también en obras de acumulación. No hay que olvidar que para Ñuble el cambio climático representa una oportunidad de desarrollar nuevos cultivos, pero ello solo se podrá lograr si se mejora la eficiencia en el uso de agua y se construyen más acumuladores (grandes, medianos y pequeños). Hasta ahora, la única certeza es el embalse Punilla, cuya construcción está prevista para 2018, según confirmó a fines del año pasado el ministro de Obras Públicas, Alberto Undurraga. Pero además de La Punilla, existen siete proyectos de distinto tamaño y en distintas etapas de estudio. Se trata de los embalses Lonquén, Niblinto, Chillán, Zapallar, Changaral, Quilmo y Ránquil.
La piedra de tope, como suele ocurrir en muchas otras materias, es que los recursos no alcanzan para todos, pues hay más de 40 proyectos de embalses pequeños y medianos que buscan ser priorizados a lo largo y ancho del país, repitiendo la lógica y el ritmo que ha marcado durante décadas la inversión pública en materia de infraestructura de riego. Por lo tanto, lo que se requiere es incrementar la capacidad de inversión y ello necesariamente pasa por preguntarse si es conveniente plantearse si el Estado debe abordar el financiamiento íntegro de estos proyectos de riego o si se debe apostar por mecanismos mixtos, que incluyan capital privado, tal como se quiere hacer nuevamente con el embalse Punilla, cuyo primer intento, con la firma italiana Astaldi, resultó un escandaloso fracaso.
La concesión de embalses puede ser una alternativa viable, incluso tratándose de obras de menor y mediana envergadura, siempre y cuando se generen incentivos para generar modelos de negocios que sean atractivos y sustentables ambientalmente.
El problema parece ser este último requisito, pues el historial de este modelo en nuestro país revela que estos contratos -que a primera vista parecen muy convenientes al liberar recursos fiscales para el “gasto social”- afectan casi siempre a la vida humana y a muchos ecosistemas, como precisamente ocurre con varios de los proyectos de embalses proyectados para la región.
Habrá que seguir con atención cómo se conduce el próximo gobierno en esta materia, a fin de sacar adelante los proyectos de riego que Ñuble requiere para concretar su vocación agroalimentaria, sin favorecer a determinados grupos de interés, y promover un crecimiento económico justo y sostenible.