Parece que es más fácil entender el comportamiento de una galaxia que el de 18 millones de personas que habitan una porción del territorio ubicada en los confines del mundo. A pesar del tiempo transcurrido y el número importante de mentes brillantes dedicadas a estudiar los fenómenos sociales del país, aún no existe claridad respecto de las causas que explican el comportamiento mayoritario de la sociedad chilena.
Para unos, es una clara manifestación de los deseos de transformar a Chile en un modelo de sociedad autogestionada donde se permita a los colectivos dominio sobre la individualidad. Para otros, es el resultado de una campaña sistemática de grupos de interés – interno y externo – para borrar de la historia de Chile cualquier evidencia que evoque el legado del gobierno de facto que se instaló el 11 de septiembre de 1973. Para el connacional promedio, es la búsqueda de un nuevo marco de principios básicos que permita estructurar un marco legal que reduzca las barreras para que la sociedad participe de los beneficios que genera el tránsito de un país hacia el desarrollo económico y social.
La primera es inconsistente con una sociedad que ha dado evidencias históricas de preferir la certeza a la incertidumbre. Plantear una política refundacional, sin disponer de propuestas de bases sobre la cual soportar la nueva institucionalidad es un camino que, con toda seguridad, garantiza el colapso institucional.
La segunda es la lógica de la guerra fría. Se asume que la sociedad se divide en buenos y malos. Los buenos, buscan el desarrollo económico y social; los malos, buscan la lucha de clases para conducir a nuestro país hacia el subdesarrollo. Esta teoría se confronta con una verdad que está en la esencia del ser humano. En todos y cada uno de los individuos coexisten el bien y el mal. El cementerio está repleto de hombres buenos, cuya obra palidece por las revelaciones de trazos de maldad en su actuar.
Por descarte, se valida la opción del chileno medio. El progreso es asimilable a la mejora continua de las condiciones que se generan al interior de un tren en movimiento. En las estaciones se acumulan los pasajeros que quieren participar en dicho viaje. Son muy pocos (pero existen) los que quieren definitivamente terminar con un medio de transporte hacia la modernidad cuya capacidad es infinitamente inferior a la demanda por pasajes. Los que están en viaje, tienen incentivo en ampliar su comodidad, lo que necesariamente pasa por evitar que suban nuevos pasajeros. La actual Constitución está diseñada para alcanzar un viaje placentero. El Estado, quien es el conductor y diseñador de los espacios disponibles en su interior, vela por entregar una mayor comodidad de los pasajeros, cuyos gritos se escuchan mucho más fuerte que los de aquellos en el exterior que pujan por abordar.
En la nueva Constitución, se espera que se aprovechen mejor los espacios para acoger nuevos pasajeros. Los funcionarios públicos – salvo el conductor y uno que otro ayudante – debiesen estar en el exterior construyendo nuevos carros para aumentar la capacidad de transporte. De esta manera, no solo se abrirán nuevos espacios sino también se van a generar las condiciones para que ningún chileno o chilena esté excluido de la oportunidad de vivir la experiencia de un viaje hacia el progreso de este hermoso país llamado Chile.