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Ciudades inteligentes

Cristian Cáceres

Hay datos cuya certeza se afianza con el correr del tiempo: para 2050, la población de la intercomuna Chillán-Chillán Viejo llegaría a las 250 mil personas, o sea casi 100 mil personas más, lo que representa un enorme desafío en cuanto a cómo lograr que los habitantes de la futura urbe puedan llegar a vivir en cierto grado de armonía, conciliando aspectos tan fundamentales como el espacio, las relaciones sociales y ambientales, con una gestión que debería ser lo más sustentable posible.

Esta compleja dinámica local se replica en todo el planeta y a diferentes escalas. De hecho, la ONU estima que el 70% de la población mundial vive en centros urbanos y hay 30 megaciudades en todo el mundo con poblaciones que superan los 10 millones de habitantes.

No es extraño entonces que, contemporáneamente, haya surgido como solución el concepto de “ciudades inteligentes” (conocidas también como smart cities, en inglés), que serían aquellas en las cuales los últimos avances tecnológicos son utilizados para organizar y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

Las ciudades inteligentes son aquellas que generan energía de manera sustentable. Las que acortan la comunicación entre el gobierno y la sociedad a través de Internet, mejorando la administración pública y su cumplimiento. Además, son las que priorizan resolver sus problemas a través del uso de la tecnología, con un enfoque adaptativo de largo plazo.

Y si bien a este concepto se suelen asociar las grandes capitales del planeta, sus alcances deben ser atendidos por cualquier ciudad que aspire a ser más eficientes en el uso de sus recursos y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

A nivel local, la declarada intención del alcalde Jorge del Pozo de conducir a Chillán Viejo hacia una nueva urbanidad, más eficiente, amable, sustentable y segura es un positivo estímulo para instalar este tema en la agenda pública regional y abordarlo de modo multidisciplinario, con instancias de participación abiertas a todo tipo de profesionales y ciudadanos, en general.

Serán necesarios los esfuerzos de todos los habitantes de la capital de Ñuble, no solo de los niveles universitarios o empresariales, para desarrollar nuevas formas inteligentes de llevar a la práctica los avances de la tecnología y la democracia participativa.

Como se ve, es una meta digna de ser perseguida por cada una de las ciudades de la región, con una alta conciencia de la inclusión y participación que requieren estos proyectos.

No basta con el interés de políticos, académicos y consultores tecnológicos. Los más importantes son los ciudadanos comunes y corrientes que tendrán que vivir en estas ciudades transformadas.

En consecuencia, cualquier proyecto de este tipo que quiera prosperar, debe ponderar de manera adecuada el rol de la tecnología y la participación ciudadana, poniendo a las personas en primer lugar.

De lo contrario, además de profundizar la exclusión de los marginados de la tecnología, podrían hacer grandes inversiones en servicios que su gente no usará ni deseará, haciendo de que las ciudades del mañana sean todo, menos inteligentes. 

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