Las universidades son un claro ejemplo de la transformación que ha tenido nuestro país en el último tiempo. Si atendemos a la enorme oferta de carreras nuevas y a los contenidos de las mallas curriculares, seremos capaces de comprender cómo las instituciones educativas han actualizado sus contenidos y procedimientos a la aplicación práctica del conocimiento humano.
A primera vista no se advierte un gran cambio; los nombres de las carreras básicas, como ingeniería, derecho y ciencias, se mantienen. Pero la diferencia se encuentra en su concepto más profundo: la relación conocimiento, alumno y empresa.
En primer lugar, respecto del conocimiento, podemos notar un gran cambio. Hoy, las universidades parecen estar orientadas mucho más a las demandas concretas de la sociedad y no a los puros intereses académicos.
En segundo lugar, las casas de estudios advierten, cada vez con más fuerza, que el alumno tiene un genuino interés en poder aplicar algún día en su trabajo lo aprendido en la universidad o instituto de formación superior. Esto ha significado, entre otras cosas, que muchos de los habituales contenidos académicos se estén convirtiendo en estériles si no van acompañados de una aplicación práctica de los mismos.
Por último, dada la enorme cantidad de información y nuevas posibilidades de aprendizaje que la misma actividad profesional provee, ninguna universidad o instituto de formación profesional es capaz de transmitir toda la actualidad de conocimiento que una persona requiere para enfrentar exitosamente todo su desarrollo profesional. Además, al poco tiempo de haber aprendido una teoría, o especialidad práctica, la experiencia demuestra que una parte importante de esos conocimientos, solo por los avances tecnológicos, se vuelven insuficientes u obsoletos.
Con todo esto las empresas enfrentan un nuevo desafío, hasta hace poco impensado dado su carácter económico: la responsabilidad conjunta con las universidades de proveer una educación permanente a sus trabajadores. Este nuevo enfoque “educativo de la empresa” implica una visión muy al tanto de las necesidades de contenidos y habilidades prácticas de sus empleados.
Hoy una educación profesional de calidad conlleva, por tanto, una profunda alianza entre empresas y casas de estudios superiores, en que las empresas, por una parte, puedan beneficiarse de los conocimientos frescos que del mundo universitario emanan, y por otra, sean ellas las que provean a las mismas universidades de materias concretas de investigación y desarrollo.
Este círculo virtuoso no se agota en los beneficios de empresas y universidades, sino también irradia a la sociedad en su conjunto. La experiencia internacional ha demostrado que en la medida que se produzca una vinculación concreta entre ambos actores, es más fácil y rápido el salto al desarrollo.
Ñuble posee cinco universidades y varios institutos técnicos profesionales de prestigio y por lo mismo, lo que se requiere es voluntad para generar espacios de vinculación con las empresas. Si concurren ambos actores de manera comprometida, la nueva región, a no dudarlo, tendrá mejores opciones de desarrollo y bienestar para sus habitantes.