Chacra Maipón: Los vecinos se aferran a una última señal tras décadas de frustraciones
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El pasado jueves, 10 de octubre, un conductor de Uber, quien cumplía con un servicio de traslado, intentó llegar hasta el punto más cercano a la línea férrea, que por el llamado “Callejón Maipón”, o “Barrio Chino”, permitía un acceso peatonal hacia la población Luis Cruz Martínez, en el sector poniente de la ciudad.
“Y el pobre gallo ese estuvo a punto de irse apuñalado y sin auto para su casa, no sé cómo se salvó. Un milagro”, comenta Juan Saldaña, quien a sus 58 años y por más de 30, ha cumplido con la misión de mantener la bandera chilena flameando orgullosa por sobre el techo de la casa que él mismo se armó, para dar una clara señal que esas casi 39 hectáreas que componen la Chacra Maipón, tiene quien la cuide.
“Este es el Jack”, dice en referencia a un perro con la cantidad de linaje alemán suficiente como para llamarlo como “policial”. Junto a otros cinco canes subordinados del Jack, “son los que me ayudan a cuidar acá. Si no fuera por ellos, esto ya estaría tomado de carpas, gente de otras partes y hasta esos cabros que llaman okupas. Cuando en la noche ladran, me levanto altiro a ver. Casi siempre es lo mismo… la gente del barrio ese (la Villa Las Almendras y alrededores), que vienen a dejar autos, camiones y camionetas desarmadas. Una vez vinieron a dejar un camión tres cuartos con un tipo amarrado adentro”, relata.
El cuidador gira su mirada hacia el sur y añade, “allá, donde se ven aquellos autos blancos vive gente de esfuerzo. Los tienen en unas casitas así (separa las palmas a no más de 20 centímetros) y trabajan todo el día. El problema es que los niños quedan solos y por ahí también pasa gente a comprarles cosas. Una pena, porque cuando hay problemas grandes, llaman a los carabineros y llegan a las cuatro horas”.
Ahí sigue la bandera reluciente, marcando un heroico contraste con el pálido celeste del cielo de octubre. Porque lo que realmente cuida Juan Saldaña y su familia no es su casa de material ligero, ni los escombros, bodegas llenas de tablones o artefactos varios que solo les sirven de juguetes al escuadrón del Jack.
“Es que conseguir esto nos costó demasiado ¿me entiende? Aquí todavía está el sueño de más de 400 familias. Y alguna vez llegamos a ser casi 2 mil. Usted no sabe las peleas, las rabias, las lágrimas, las mentiras y los peligros que hemos tenido que pasar por tantos años. Y todavía soñamos con tener nuestras casas acá, en este pedazo de Chillán que es tan lindo. Y si uno se viene por Simón Bolívar, se salta al barrio chino y todos los peligros”, explica.
Mentiras por ambos oídos
Fue a fines de la primera década de este siglo, que diversas familias que estaban viviendo en campamentos, en situación de calle o como allegados, en los barrios principales del sector surponiente de Chillán, comenzaron a formar los primeros comités y se acercaron a los organismos estatales para facilitar un camino legal que les permitiera hacer uso de los terrenos de la Chacra Maipón, que fue “descubierta” por el dirigente gremial Raúl Bravo Domínguez, perteneciente a una federación de ayuda a pobladores sin vivienda.
Bravo, quien conocía a los dueños, Jorge Lagos, Alejandro Bravo y Uriel Pérez, fue quien inició las primeras tratativas de negociación y los puso en contacto con los dirigentes de los cinco comités ya formados.
El predio hasta los años 90 funcionó como caballeriza y como una fábrica artesanal de ladrillos, donde muchos de los vecinos que hoy son de la tercera edad podían acceder a recolectar huano y aserrín para usarlos como fertilizantes o calefacción doméstica.
Los avances se transformaron en documentos timbrados por la entonces Gobernación de la provincia de Ñuble, luchando por más y más timbres estampados en la Región del Biobío.
Y así se llegó al segundo decenio del siglo XXI entre mesas de trabajo, marchas y reuniones en Ñuble y Santiago con un grado de éxito propio del estándar de la época.
“Fue entonces que se produjeron los primeros quiebres” comenta la dirigente y alumna de Derecho, Ángela Inostroza.
Ángela, nieta de uno de esos hombres que se hacían de sacos de aserrín en la chacra, se forjó un camino laboral realizando diversos trabajos auxiliares en establecimientos educacionales de Chillán. Testigo directo de la transformación intelectual que prometen los libros, comenzó a estudiar hasta llegar a ser la bibliotecaria de un colegio particular y, luego, estudiante de leyes.
Fue entonces que reparó en un detalle tan incómodo como constante en los comités de vivienda que los aunaba como pobladores. “Nos estaban manipulando”, dijo.
La federación que asumió la causa de los chillanejos “era parte de una movimiento bastante radical de una facción política (de izquierda). Nos dimos cuenta que nos pedían cuotas para esto y para esto otro sin que nunca supiéramos en qué la ocupaban. Y luego, lo peor, es que nos empezaron a decir que para que el proyecto cobrara notoriedad, teníamos que alinearnos en sus filas políticas”.
La fragmentación fue inevitable. “Y cuando me hice cargo yo de un comité grande, me comenzaron a insultar. Me acusaron de esto y de aquello, pero la gente ya no confiaba en ellos y seguimos por nuestra cuenta. Al final, ellos salieron perdiendo, porque una minoría muy pequeña de los pobladores estaba de acuerdo con alinearse en sus partidos. El resto, no”.
Sin embargo, lo anterior fue como despertar de un sueño para meterse en otro peor. Esta vez, recostándose para el otro lado de la cama.
Cuando se pensaba que ya sin esas marchas llenas de banderas con el logotipo de la federación de la que se divorciaron, con una nueva administración de Gobierno, encabezada por Sebastián Piñera, en la flamante nueva Región de Ñuble, todo iría mejor, se equivocaron.
“Nos citaron de la Seremi de Vivienda, que en ese tiempo estaba a cargo de Carlos Urrestarazu, un señor muy preparado, educado y de buen trato. Nos citaron a una reunión en la Casa del Deporte, a todos los vecinos, nos mostraron unos planos, diferentes modelos de viviendas, la opción de contar con casas industriales para acelerar el proceso y nos explicaron que iban a poner parques y áreas verdes”, recuerda Ángela.
La felicidad en los cinco comités, llenos de madres solteras, personas de la tercera edad sin hogar, allegados desesperados por arrancar del infierno de vivir bajo techo ajeno, era inmensa.
“Pero eso que nos ofrecían, era imposible de realizar. Y de esos nos vinimos a enterar con el cambio de Gobierno. Todavía me acuerdo de esa reunión, en el Teatro Municipal, donde hubo gente que dijo cosas muy duras, pero de manera educada; otros se fueron a garabatos, insultando, llorando y otros, totalmente destrozados”, relata la dirigenta, quien admite que “el que tuvo que ponerle el pecho a las balas fue el actual seremi, Antonio Marchant. No lo debe haber pasado muy bien ese día”.
En efecto, había problemas en la mecánica de suelo, que sin una intervención demandante de muchos recursos, sería imposible sortear, y de eso nadie les dijo nada a los pobladores.
La solución fue encontrarles otros terrenos o reubicarlos en algunos de los proyectos habitacionales ya existentes en la comuna. La mayoría de ellos aceptó y dejaron atrás el sueño de la Chacra Maipón.
Curiosamente, ya para 2022 –pese a los problemas de la mecánica de suelo del predio- el Serviu terminó el proceso de compra de a lo menos seis de esas hectáreas, para expropiar el resto.
Al menos, dejar el diseño listo
De todas las familias que alguna vez soñaron con vivir en este costado de la comuna, solamente se mantienen unas 450.
Ellos, recibieron otra noticia con más sabor a esperanza que a certeza por parte del Minvu.
El pasado martes 24 de septiembre, el Serviu Ñuble subió la licitación para el diseño del futuro proyecto de macrourbanización del sector, exigiendo un plan para siete lotes habitacionales emplazados en un total del 29,5 hectáreas, de las que seis son de propiedad estatal.
Conforme a las bases de la licitación, este Plan Urbano Habitacional (PUH), se orienta a la “planificación y desarrollo de los terrenos Serviu de más de cinco hectáreas, promoviendo la integración social, incorporando y resguardando suelo para equipamientos, espacios públicos y promoviendo la sostenibilidad de las intervenciones para entregar una mejor calidad de vida a las familias”.
El resto del terreno, según lo planificado, será adquirido vía expropiación paralelo al desarrollo del diseño.
La iniciativa detonante de este PUH “Construcción Macroinfraestructura Chacra Maipón”, se encuentra con financiamiento sectorial en la Ley de Presupuesto 2024 y obtuvo su recomendación satisfactoria (RS) en julio de 2023, y solo el diseño cuenta con recursos por $742.669.882.
Por otro lado, este “macro-loteo” debe cumplir con las directrices viales grabadas en el Plan Regulador Comunal, y la extensión de calles corregidor Alvarado y Real Audiencia por sobre el estero Las Toscas.
La superficie destinada a la construcción de viviendas corresponde a una suma aproximada de 97.371 metros cuadrados que tendrán cabida estimada para 1.243 unidades habitacionales.
En cuanto al equipamiento propuesto, se destinan alrededor de 11.500 metros cuadrados y para área verde se estima un total cercano a los 29.167 metros cuadrados y otras cinco hectáreas para un parque urbano aledaño al estero Las Toscas.
Pero si de diseño pasa a proyecto, ya será resorte de los futuros gobiernos.
“Yo voy a esperar, hasta que me muera, porque al menos yo me tomé este pedazo. Pasee de allegado a vivir en condiciones muy duras junto a mi mujer. Pero cuando nacieron las hijas, al menos ya teníamos para arrendar algo pequeño pero nuestro. Yo he cuidado esto por años y quiero ver a todos mis vecinos viviendo acá felices y tranquilos”, dijo Juan Saldaña, antes de despedirse y cerrar la reja del predio.
El Jack, a quien recogió famélico, seguía cuidando los sueños de su noble salvador, mientras arriba, la bandera chilena se mantenía flameando orgullosa.