Eran cerca de las 12.30 horas y la temperatura se resistía a pasar la barrera de los 7 grados. Un frío que parecía desollar la piel de Juan Quevedo, un obrero que por primera vez se ve atacado por el invierno chillanejo, tan distinto a los que vivió en Antofagasta o Rapel, su tierra.
Llegó a Chillán para sumarse a una obra de construcción, pero arrendaba una pieza en San Carlos. El cordón sanitario instalado en marzo lo dejó sin poder volver, sin trabajo y sin dinero. Cuando se abrió la frontera sanitaria, acudió a la obra y le confirmaron su temor. El coronavirus lo paralizó todo.
No tiene para una pieza, ni tiene para un celular. Pero junto a un amigo comenzaron a realizar pequeños trabajos de jardinería “y nos compramos esta carpa”, dice, apuntandola, ahí en plena plaza San Francisco.
“Como era grande y cabía otra persona, le dijimos a otro socio que dormía en la intemperie que durmiera con nosotros. Y la carpa chica que teníamos antes, la instalamos al lado y le dijimos al viejito que dormía en la pileta, que la ocupara”.
Como buen obrero, se lava con baldes de agua fría cada mañana, “porque sabemos que hay que estar limpios para no agarrarnos el virus”, explica; como son educados, limpios y tranquilos, “la gente nos regala comida, y la cocinamos en una parrilla que nos hicimos. Le convidamos a los otros dos amigos que viven acá en la plaza”, aclara.
Y si por un lado agradece que “los carabineros y los militares nos tratan bien, nos traen frazadas y nos regalan comida caliente”, por otro, acusa que llegó un camión de la municipalidad para sacarlos.
“Nos dijeron que tenían la orden de sacarnos las cosas, nos dijeron que ellos eran la autoridad. Pero les dije que podían saber mucho de autoridad, pero no tenían idea lo que era quedar en la calle y con un virus mortal dando vueltas, no podían ser tan crueles. Le dije que buscara una botella o lata de cerveza en la carpa. No iban a encontrar, porque no somos borrachos”.
Don “autoridad” dio la media vuelta y se fue.
Consultada al respecto, la seremi de Desarrollo Social (Mideso), Doris Osses, dijo-literalmente exclamando- “¡No, prohibido! Dimos la orden de no quitarle las cosas ni sacar a nadie que no quiera salir de la calle, no importa donde se instalen por ahora, pero a esa gente tenemos que cuidarla, no exponerla ni pasar a llevar su dignidad”.
Juan Quevedo se despide explicando que “su socio”, con el que juntó un poco de plata, andaba en el centro viendo si encontraba un triciclo o herramientas de jardinería. “Los dos somos buenos jardineros y queremos trabajar para arrendar un pieza. ¿Sabe qué? Yo hasta impongo. Estoy acá por lo de la pandemia, y nadie siquiera nos ha venido a tomar la temperatura, a regalarnos mascarillas o guantes. Tenemos que cuidarnos entre nosotros”. Para eso, aclara, necesitan trabajo.
“Si sabe de alguien que necesite jardinero, pásele el dato, porfa”.
280 personas en la calle
Ambos jardineros no están en el registro regional de hogares, por lo que no figuran en el mapa del Mideso ni de la municipalidad. Es decir, no están dentro de esas casi 280 personas que figuran en situación de calle, en Ñuble.
A ellos, el Mideso, a través de sus distintos programas y rutas, las que incluso a partir del lunes incluirán un médico, sí les toman la temperatura, y revisan que no tengan otros síntomas de enfermedades.
En caso de advertir sospecha de Covid, se les interna “y se les ordena un tratamiento, como a cualquier persona normal”, explica Doris Osses.
La seremi hizo hincapié a un viejo e irresoluto conflicto con la gente en situación de calle, y que hoy con la pandemia, asoma casi letal: “Muchos de ellos se niegan a ir a una hospedería, sencillamente no quieren dejar la calle y no se les puede negar ese derecho”.
Uno de esos casos es “el conejo”, como llaman a José Cortés Conejeros, quien se protegía del frío con un saco de dormir y unas frazadas instaladas sobre un cartón, bajo el alero de una bodega, en el patio de las yerbateras, en el mercado central.
Con orgullo, y entre lágrimas, dice “yo soy el único que queda vivo, de los que dormíamos aquí, todos se han ido muriendo”.
No se quiere ir a la hospedería. “Yo soy de la calle, de ninguna otra parte”, dice airado, como asentando una declaración de principios.
Para el Covid, “viene los tíos todos los días a tomarme la temperatura, me dan comida caliente y me regalaron una mascarilla”.
Y eso no es todo: “No me da miedo el coronavirus, ¿sabe por qué?…porque con mis amigos tomamos harto tinto y todos saben que con eso, no se te pega el bicho”.
Hay cerca de 85 camas en albergues de Chillán y San Carlos, “pero a diario quedan un promedio de 15 camas desocupadas”, dice la seremi.
Y desde la Dideco añaden que el servicio que presta el hogar municipal Noche Digna “ofrece camas en cómodas habitaciones y alimentos calientes (cena y desayuno), debido a la contingencia se amplió de manera extraordinaria la estadía, las 24 horas del día en el edificio”, oferta que para personas como el “Conejo” siguen sin atraerles.
En el Mideso se comprometieron a llevarles nylon y carbón a quienes se rehusan a dormir en los hogares.
También, con el programa Ruta Protege, se les entrega útiles de aseo, mascarillas, alcoholgel.
Doris Osses ejemplifica el costo de las mantenciones a hospederías con el caso de la de Padre Chango. “A ellos se les entregó $42 millones para 130 días, y eso cubre comida, personal, enfermeros, calefacción y todo lo necesario para que estén bien atendidos, pero el gasto real en términos generales ha superado lo que les hemos podido entregar a ellos y a la municipalidad”.
Esta semana la máxima y la mínima oscilarán entre los 12 y los 3 grados. Y aún falta para que llegue el invierno y para que la pesadilla de la pandemia nos deje en paz.
Foto: Cristian Cáceres