Estimado Bernardo, te escribo desde una bodega, donde el Gobierno me dejó después de haberme bajado de mi pedestal en la Plaza Italia, la misma que algunos llaman Plaza de la Dignidad. Y lo hizo a través del Consejo de Monumentos Nacionales, bajo la excusa que yo necesitaba de una restauración por los daños producidos por las continuas manifestaciones violentas que viernes a viernes se producían a mi alrededor. A decir verdad, estaba medio chato de soportar, una y otra vez, que cualquiera se subiera a mi caballo y me pintarrajeara como se le daba la gana. La última vez trajeron una sierra para cortar las patas. Eso fue el colmo.
Sé que tú has tenido algunos problemas en Chillán, como fue la construcción de baños a tus pies, pero eso es nada comparado con lo que me ocurría semana a semana. También sé que en el terremoto de 1939, tu cabeza rodó por la plaza. Pero claro, después alguien la recolocó, aunque un poco girada, pero peor es nada. Desde tu pedestal, Bernardo, ves esos magnificas edificios de arquitectura moderna en la Plaza de Armas. Yo hasta hace poco miraba hacia una gran avenida, la Alameda Bernardo O’Higgins. Sí, lleva tu nombre. Es más, sé que en julio de 1818 cuando eras Director Supremo, ordenaste la remodelación de La Cañada -como se le llamaba- y la convertiste (1821) en la Alameda de Las Delicias. La miré desde mi pedestal durante muchos años, pero ahora solo puedo ver la puerta de la bodega donde me trajeron.
Durante años conviví con muchas personas y banderas: los de abajo, las barras bravas, las banderas mapuches, les he mirado a los ojos, algunos me insultaban, a otros les perecía indiferente. Si hasta el Presidente vino un día y se sentó allá abajo, y con una sonrisa de oreja a oreja se sacó una foto. Yo contemplaba la escena, asombrado, después de ver durante meses cómo saqueaban a mis vecinos.
La Alameda con tu nombre empieza justo debajo de mis pies, o empezaba mejor dicho. No vaya a ser que los mismos que han empezado a escarbar mi pasado, para justificar mi retiro, empiecen ahora a revisar el nombre de tu avenida. Capaz que se les ocurra volver a ponerle Alameda de las Delicias. Hoy delicias, por cierto, pero de los delincuentes y vándalos que cada cierto tiempo avanzan desde la que era mi plaza hacia el centro.
Algunos andan tentados por ahí; dicen que no fuiste un Director Supremo, sino un Supremo Dictador. Quieren reescribir la historia y refundar el país, como si el pasado no existiera. El gobierno no se la pudo con ellos, con los que han llamado primera línea, e hizo la de don Otto, tiro el sofá por la ventana. Bueno querido Bernardo, no te molesto más, podrás seguir disfrutando de las palomas y de tu hermosa vista al volcán de tu ciudad natal. Yo, en cambio, sigo aquí en mi nuevo hogar, una bodega, hasta nuevo aviso. A lo mejor cuando vuelva, si es que vuelvo, a la plaza, nuestra patria tendrá una nueva Constitución, las barras bravas y los vándalos estarán donde deben estar, y la gente volverá a caminar con alegría, sin temor, a celebrar o protestar, pero sin violencia, como vi durante muchos años.