No es la capacidad mortífera del coronavirus lo que debe preocuparnos -siempre lo hemos dicho- sino su extrema capacidad de contagiar. Y bien sabemos que cuando los contagios ocurren rápida y simultáneamente, difícilmente un sistema de salud estará apto de poder hacer frente a una demanda sanitaria que supera las capacidades de atención efectiva. Por eso, el anuncio de que la red de salud local comenzará a derivar pacientes a otros establecimientos del país es una luz roja que los ñublensinos no pueden desatender.
Los epidemiólogos llevan explicando desde que comenzó la pandemia que las medidas de autocuidado son hasta ahora la única vacuna a nuestro alcance. Solo así se pueden reducir las infecciones, luego hospitalizaciones, luego UCI y por último los fallecimientos. Responde al propio curso de la enfermedad, primero las personas se contagian y, entre una y dos semanas después pueden acabar ingresando a un centro hospitalario.
En Chillán, luego de varios días de sostenidos incrementos en la cantidad de personas hospitalizadas y en situación crítica a causa del Covid-19, la disponibilidad de camas críticas apenas llega al 12%, lo que motivó una medida que hasta ahora la Región no había necesitado, como es enviar enfermos a otros hospitales del país. Una medida extrema que busca mantener un número de camas adecuado para la aparición de casos críticos, algo que lamentablemente se ha estado repitiendo con frecuencia las últimas semanas.
Las declaraciones del vocero de la red asistencial ayer reflejan esa creciente y doble preocupación, tanto por el comportamiento ciudadano que da origen a esta cadena que termina con personas conectadas a un ventilador mecánico, como el impacto que podría tener en el personal de salud, que viene dando el 200% durante 9 meses.
Los recursos humanos son la base de todo sistema sanitario y hoy en nuestra región se encuentran exigidos al límite, ya sea porque muchos profesionales están exhaustos o bien, porque han contraído el coronavirus o desarrollado otras afecciones físicas y mentales durante el ejercicio de su tarea.
No se puede desconocer que en corto tiempo el personal hospitalario ha tenido una gran adaptación, que se ha aprendido en el manejo clínico de la enfermedad, que ahora hay estructuras habilitadas, profesionales más adaptados, protocolos. Pero por otro lado está el cansancio, el temor a que el servicio se desborde sin poder contenerlo, a que falten materiales imprescindibles, a las inevitables bajas de compañeros y compañeras. El miedo a contagiarse y a contagiar a sus seres queridos.
El relato es el mismo en voz de muchas bocas que nos revelan historias mínimas de un relato mayor en base a la entrega humana que le da vida a nuestro sistema de salud y que reclama un comportamiento mucho más responsable de la ciudadanía. No se puede vivir en el engaño de pensar que solo los centros de salud y sus equipos podrán resolver la gran amenaza que representa el Covid-19. Es hora de fortalecer los elementos generales de salud pública, y sobre todo las respuestas de un amplio segmento de nuestra población que sigue actuando con irresponsable negacionismo sobre su existencia.