La expansión que los medios de comunicación han tenido en la última década viene registrando un fuerte impacto sobre la política. Convertidos en una especie de nueva ágora, son el lugar al que los ciudadanos acuden para conectarse con la esfera pública. Igualmente, la relación entre representantes y representados encuentra también formas y canales hace una década desconocidos para potenciarse.
Sin embargo, esas oportunidades conviven con algunas desviaciones. La más evidente es la propensión creciente a convertir la comunicación en mero espectáculo y a sus actores en productores de mensajes cuyos contenidos apelan solo a aspectos superficiales.
Quizás así se pueda entender el uso que los políticos locales, con algunas excepciones, realizan de las redes sociales, convertidas en un instrumento más al servicio del marketing del emisor del mensaje, que del mensaje mismo o de la interacción con sus receptores.
Se desconoce u olvida que la clave de la comunicación política a través de redes sociales está en los receptores, no en quién la origina. El político ya no es -o no debería ser- el centro de atención. Para ello están las reuniones de partido o los encuentros con simpatizantes.
Para peor, el relevo generacional, no solo en años, sino también en ideas, ha sido ilusorio en esta materia. En avezados y noveles políticos se constata la misma propensión por la anécdota, generalmente consistente en una foto y un breve texto descriptivo de una reunión con una autoridad de nivel superior, destacando gestiones que suelen estar fuera de sus atribuciones o alcance.
Así, las esperanzas de hallar una forma diferente de pensar y actuar en política se diluye, como también las expectativas de campañas novedosas y participativas, como está ocurriendo con los comandos del Apruebo y el Rechazo, donde abundan las consignas y uno que otro video promocional.
La cuarentena en Chillán y Chillán Viejo, que comenzó por segunda vez el pasado 1 de septiembre, ha impedido que los partidarios de una y otra opción puedan desplegarse físicamente y por lo mismo, había una razonable expectativa sobre una comunicación política que use tecnologías de información y comunicación (TIC) para plantear ideas, opinar y participar del debate sobre temas relevantes del proceso constituyente, que es a fin de cuentas lo que la comunicación digital ofrece como novedad a la relación entre los políticos y sus representados.
Lamentablemente, la imagen de un político que sonríe se ha replicado como estrategia para un proceso que requiere ideas, voluntad de comunicar y mucha claridad conceptual.
Las TIC han introducido una forma diferente de hacer política. Una más fácil quizás, pero también más pobre, y ese es un gran problema, pues si la generalización de la facilidad penetra en un debate tan relevante como el constituyente, comenzamos a creer que todo es fácil, como en las redes sociales, y eso es completamente falso.
Nuestro país necesita líderes políticos y sociales que escriban una nueva historia, no nuevas “stories”.