En la tradición del humanismo cultural que está en la base de nuestra civilización, el ejercer violencia física sobre una mujer es considerado desde hace siglos un acto despreciable. Ello, sin embargo, no significa negar que en Chile impera todavía una fuerte cultura machista.
Ha pasado mucha agua bajo el puente desde la sanción de nuestro Código Civil, en que la mujer casada era considerada una incapaz relativa de hecho. La Declaración de los Derechos Civiles de la Mujer y las reformas profundas que se fueron sucediendo en la legislación nacional e internacional han colocado de derecho a la mujer en el plano de igualdad que le corresponde por naturaleza.
En nuestro país, la casuística sobre la que cada vez se conoce más y las normas sobre violencia familiar que datan de los últimos años, han puesto de relieve la real dimensión de un problema que pertenece a la categoría de los temas sobre los cuales, lamentablemente, no se habla lo suficiente. Se calcula que de cada cinco hechos de violencia doméstica que se producen solo se denuncia uno.
Por eso siempre es importante cuando la reflexión y concientización en torno a la prevención de la violencia de género ocupan un lugar destacado en la agenda pública, como ocurrió ayer en que se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Lamentablemente, la efeméride nos entregó la peor de las noticias: un aumento de 64% de los casos de violencia intrafamiliar investigados por el Ministerio Público de Ñuble, al comparar marzo-octubre de 2020 con igual período del año pasado.
La razón, como reconocen desde la oficina regional del Ministerio Público, es el confinamiento impuesto para evitar la propagación del Covid-19 que además de su estela de muertes y crisis económica, también ha propiciado el encierro de las víctimas de violencia de género con sus maltratadores, un fenómeno que está lejos de circunscribirse a los sectores caracterizados por bajos niveles socioeconómicos o culturales.
Tanto ese viejo y arraigado prejuicio como la escasa preparación o disposición de muchos profesionales para acercarse a este problema, sumados a eventuales prejuicios y la poca importancia que por lo general le han asignado los medios de comunicación al tema, invitan a actuar con mayor convicción y alcance.
En efecto, un papel principal corresponde a los medios de comunicación, que tenemos herramientas para llegar a quienes no siempre se deciden a replantear relaciones tóxicas que las atan a situaciones que son incompatibles con la dignidad humana.
Es evidente que la violencia de género responde a un grave proceso cultural, psicológico y social, que tiene también ribetes económicos y jurídicos. Es fundamental, entonces, que toda la sociedad se empeñe en terminar con este flagelo, alentando a las mujeres a liberarse de toda subordinación y promoviendo desde edad temprana la convicción de que respetar a las mujeres es un presupuesto insoslayable de la condición varonil. Solo así se irá rompiendo con un preconcepto machista que degrada a la condición humana.