Muchos hemos aprendido de nuestros propios mayores la necesidad de respetar sus años, su condición física y sus necesidades. Hay situaciones en las que lamentablemente solo rigen la buena voluntad y el sentido común, que siempre deberían ir acompañados de una actitud abierta y generosa. En muchos otros casos, son las leyes e iniciativas públicas las que ponen límite y buscan evitar los atropellos que sufre un segmento etario en crecimiento.
El maltrato a los adultos mayores suele ser más frecuente y grave con el paso del tiempo. Sin embargo, menos del 20% de los casos de abuso son reportados. Sus consecuencias en la calidad de vida de las personas mayores, sus diversas formas físicas, verbal, psicológica, sexual y abuso económico, pueden reflejar simple negligencia, pero también acciones intencionadas.
A nivel local, se requiere un mayor esfuerzo para abordar este problema de adultos mayores en condiciones especiales de vulnerabilidad y que se transforman en grupos de riesgo. Lo más adecuado sería una estrategia para enfrentar la creciente violencia que sufren las personas mayores, consistente en una campaña preventiva en contra de los delitos que los afectan y motivarlas a hacer las denuncias en las instancias respectivas. Para ello también se necesita entregar asesoría judicial y sicosocial y la capacitación de líderes vecinales para poder detectar focos de violencia intrafamiliar. De acuerdo a cifras del Servicio Nacional del Adulto Mayor, el grueso de los casos de maltrato, regulados por la Ley de Violencia Intrafamiliar, ocurre al interior del hogar. En Chillán, se registra, en promedio, una denuncia por semana. Tales estadísticas, sin embargo, son engañosas, pues como decíamos al principio, el fenómeno de la violencia intrafamiliar contra los mayores esconde una enorme cifra negra, pues está ampliamente comprobado que la tercera edad es el segmento que menos posibilidades tiene de encauzar denuncias, ya sea por ignorancia, porque físicamente están impedidos de hacerlo, o porque tienen temor de hacerlo y generar conflictos con sus familiares.
Pero la violencia no solo proviene de las familias. El entorno también se ha vuelto muy hostil para nuestros ancianos, que con frecuencia son víctimas de delincuentes que se aprovechan de su indefensión e incapacidad, dejando severas secuelas, tanto físicas como sicológicas.
El respeto a la dignidad del ser humano, que supone evitar en cualquier circunstancia los maltratos, por acción u omisión, y la violencia contra las personas mayores, incluye también desterrar el abandono y la desatención integral de sus necesidades propias de modo de evitar poner en peligro su vida o su integridad física, psíquica o moral. El rol de la persona mayor ha sido diverso y, también contradictorio, durante el desarrollo de la civilización. En algunas culturas, ese papel fue y sigue siendo admirado y considerado sabio, al punto de confiar en los mayores como consejeros de vida y de las decisiones políticas trascendentales. En otras, se trata a los ancianos como una carga para la sociedad, cuando no para algunas familias. En Chile estamos dando un ejemplo penoso, especialmente desde la política, tal vez el más insensible de todos los actores que deben promover el bienestar y cuidado de quienes han dado mucho y ahora necesitan recibir ayuda y protección.