La irrupción de la pandemia provocada por el coronavirus, junto con la dificultad surgida en intentar controlarla adecuadamente en un tiempo razonable, ha implicado un cambio drástico en nuestras costumbres y en nuestras formas de llevar a cabo un gran número de actividades fundamentales para nuestro diario vivir, producto del confinamiento forzoso al que hemos tenido que someternos, con el objetivo de atenuar los contagios.
Para asegurar que las medidas decretadas por la autoridad sean respetadas y acatadas por los ciudadanos, hemos tenido que soportar y aceptar el control en las calles y mostrar los permisos, pasaportes o salvoconductos correspondientes. Ya no es cosa de llegar y salir a la calle, también hay que fijarse en el último dígito de la patente del auto, porque hoy nos podría tocar restricción vehicular. No olvidemos tampoco el uso correcto de la mascarilla, mantener una mínima distancia respecto a otra persona, etc. Lo más parecido a la “sociedad de control” que predijo Gilles Deleuze allá por 1990. En situaciones críticas como la que vivimos actualmente, es cuando con mayor claridad se expresa la idea del individuo como sujeto de control, lo que de cierta forma se contrapone con el verdadero sentido de la educación, cruzado de términos como libertad, autonomía, desarrollo integral y otros.
En la misma línea, alumnos, profesores y padres, tuvimos que adaptarnos a la modalidad de aprendizaje en un espacio virtual, dentro de un hogar que ha tenido que adaptarse físicamente a esta nueva realidad. Las dificultades no fueron pocas: falta de un espacio adecuado para poder realizar o asistir a una clase, falta de equipamiento adecuado; regular, mala o nula señal de internet, falta de competencias en el plano de la enseñanza-aprendizaje virtual, etc. Las enormes brechas, de acuerdo al nivel socio-económico de los estudiantes, obviamente que también quedaron reflejadas en este proceso.
El informe “Education at a glance”, de agosto de 2020, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), advierte sobre dos preocupaciones apremiantes: la falta de aprendizajes por parte de los alumnos que, según algunos economistas, tendría una repercusión directa sobre la productividad y el crecimiento de la economía; y cómo la desaceleración económica afectará el financiamiento público para la educación.
Claramente, también hay aspectos positivos que destacar, por ejemplo, adquirir competencias que antes de la pandemia no teníamos, compartir más experiencias en el hogar, aprender a gestionar mejor nuestros tiempos, reducir el gasto en desplazamientos dentro de la ciudad y valorar que quedarán capacidades instaladas que pueden volver a utilizarse sin mayor esfuerzo en el futuro.
En estos momentos todas las esperanzas de la gente se vuelcan hacia la llegada de la vacuna, pero hay que ser precavido, la vacuna no lo es todo y seguramente tendremos que seguir, al menos por un tiempo, cumpliendo con las medidas básicas de prevención de contagios. También se deberá estar atento a lo que pueden provocar aquellos grupos o movimientos anti-vacuna, si se resisten a ser inoculados. Pero, por ahora, bienvenido 2021, cuando quieras me vacuno.