Señor Director:
Benedicto XVI influyó en la catolicidad de la Iglesia desde que era cardenal en el Concilio Vaticano II, promoviendo el diálogo interreligioso: abriendo caminos de entendimiento entre protestantes, católicos, judíos y musulmanes. Dejó grandes orientaciones en catequesis, homilías, tres encíclicas y la trilogía sobre Jesús de Nazareth con la que iluminó con certezas la cultura actual tan líquida. Se mostró como un enamorado de Dios en su búsqueda incesante de la verdad, y lo hizo con un trabajo metódico que sin duda será estudiado por generaciones de teólogos.
Destaco especialmente esta frase: “La conciencia es la norma suprema, que siempre se ha de seguir, incluso en contra de la autoridad. Se presenta como el baluarte de la libertad, con la capacidad de abrirse a la llamada de la verdad objetiva, universal e igual para todos”. Claramente actúo en coherencia con lo que afirmó.
Su primera encíclica, Deus Caritas Est, comienza con la frase bíblica “Dios es amor, quien está en el amor habita en Dios y Dios habita en él” (1 Jn 4, 16). No son sólo palabras bonitas; es expresión de la importancia que dio al diálogo entre fe y la cultura, porque siempre enfatizó que la relación con Dios no se remite a una dimensión privada de la persona, enseñando que la fe del cristiano puede y debe impactar la cultura en la que se vive.
Vivió de cara a Dios, por eso luchó firme contra la corrupción y el pecado desde dentro de la Iglesia sin calcular riesgo; inició algo que hoy agradecemos tanto respecto a protocolos contra los abusos de conciencia y sexuales. Él siempre fue una referencia segura de criterio y verdad, señalando hojas de ruta y marcando de nuevo el norte hacia el amor expresado en la justicia de la doctrina social de la Iglesia y el bien común ordenados a Dios. Agradezco su testimonio para vivir la fe y el servicio a la Iglesia. Es un tremendo ejemplo a seguir.
María Loreto Cruz
Teóloga UC, Vocera Fundación Voces Católicas