Share This Article
Había algo indescriptible en los rostros de los hermanos Figueroa Vera. Era tal vez un brillo especial en los ojos cuando miraban a un joven que parecía no tener más de veintitantos años, pese a tener 35. El mismo joven que pese a ser de apellido Fruchter y, prácticamente no haber visto nunca antes, era ni más ni menos que su hermano, Gustavo.
Un Gustavo que sólo con la mirada intentaba decirles que los quería y que estaba feliz de estar con ellos, porque pese a estar en casa y con su padre, sus hermanos y sobrinos, no hablaba castellano, sino inglés.
El pequeño Gustavo, raptado casi al nacer desde el Hospital Herminda Martín, como parte de un plan de Gobierno en 1988 de Augusto Pinochet, para “darle una mejor vida” bajo una adopción no consentida, en esta ocasión a la familia del abogado estadounidense David Fruchter y su esposa, Susan, quienes viajaron desde Watervliet (un pueblo a tres horas de Nueva York) a recibir a quien fue, entonces, su único hijo.
“Pero evidentemente, nosotros no sabíamos nada de eso, de lo contrario, jamás hubiésemos aceptado esa adopción. Nos dijeron que Ben (el nuevo nombre de Gustavo) había sido dado en adopción por una mujer que no tenía recursos para mantenerlo”, explica David Fruchter, agradeciendo la pregunta.
Ésa era también la explicación que se leía en el papeleo al que, desde niño, tuvo acceso Ben, a quien nunca se le escondió que había nacido en Chile.
Tras llegar a Santiago se vino parte de su familia en bus, y otra parte en auto, para llegar el lunes, cerca de las 19:15 horas a la calle Amirante Riveros, en donde el resto de su familia lo esperaba con la mesa puesta en el patio, bebidas, un asado y cumbias.
“Me gusta el metal, pero ya he estado conociendo un poco más de la música latinoamericana”, dice Ben con una semi sonrisa (lo que es mucho para alguien que no parece reírse demasiado).
“La idea de saber quiénes eran mis padres, creo que la he tenido siempre, pero fue hace unos siete años que, conversando con mis amigos y alentado por mi padre, empecé a ser las gestiones para realizar una búsqueda mediante Connecting Roots (organización de Estados Unidos dedicada a este tipo de enlaces) y fueron ellos quienes conversaron con mi familia y se pusieron en contacto con ellos”, explicó.
Y fue entonces, que conoció la impactante verdad de su caso, enterándose además, que había miles de historias similares y con el mismo modo de operar.
Pero antes, ya había leído un artículo respecto a estos secuestros en Chile, y sintió entonces la necesidad real de despejar las dudas sobre su pasado.
“Siempre hubo algo de temor por enfrentarme a la realidad, a saber quien era mi familia y cuando por primera vez lo intenté no tuve muchas respuestas. Fue entonces, cuando ya estuve más abierto a la idea, me di una segunda oportunidad con Connecting Roots. Y descubrir que ése fue mi caso, que tras de todo esto estaba Pinochet fue chocante”, admite, aunque añade que “ni yo ni mi papá somos realmente parte de alguna corriente política, no es algo que nos interese, por lo que ese aspecto de la historia es algo que no es de mi real interés. Sólo quiero saber más sobre Chillán y sobre mi familia”, advierte.
La video reunión de agosto
En Connecting Roots le dijeron que, para su sorpresa, uno de sus hermanos también lo había estado buscando. Coordinaron entonces, la primera video reunión por Zoom, en agosto de 2023.
“Y supe de inmediato que eran mi familia. Las similitudes eran evidentes y realmente me emocioné mucho por saber que era una familia más grande de lo que pensaba y por saber que podríamos ponernos al día y reparar los años perdidos, y todo eso significa conocer un idioma nuevo que estoy muy interesado en aprender y significa acceder a una cultura diferente, que sin duda va enriquecer mi vida”.
Ben y su padre se quedarán en Chile por una semana, y luego volverán a Waterlievt. Dice que espera comenzar los arreglos para tratar de volver algún día a Chile.
El camino no fue sencillo. Intentó hallar a su familia perdida mediante contactos, muestras de ADN, leyendo artículos, búsquedas genealógicas y contactando a organizaciones que se dedican a entregar este tipo de información.
Por eso la reunión por Zoom fue clave. “Recuerdo que sólo faltaban un par de integrantes de la familia de Ben y fue muy emotiva, nos dijeron que no tenían resentimientos hacia mí ni hacia mi esposa, lo que nos hizo sentir mucho más confiados, sobre todo porque admitieron que nosotros también fuimos víctimas de lo que pasó”, dice David Fruchter.
Tanto la madre biológica como la adoptiva de Ben, fallecieron.
En la mesa en la que accedió a ser entrevistado por LA DISCUSIÓN, estaban David y Luis Alfredo, sus padres.
Y al rededor, con la misma mirada brillante, emocionada, orgullosa y algo melancólica lo observaban con genuino cariño sus hermanos Marcelo (el último en verlo antes del secuestro), Hilda, Margarita, Luis, Claudio, Yonathan y Wladimir.
El asado ya estaba a punto de servirse, se venía una semana intensa, la promesa de comprarle una camiseta de Ñublense.
De fondo seguían las cumbias, como si fueran un saltarín carbón rojo encargado de encender el corazón de una familia que, al fin, vuelve a juntarse.