Close
Radio Radio Radio Radio

¡Ay de ustedes los ricos!

Esta no es una palabra nacida del resentimiento ni una consigna revolucionaria como aquel canto: “Que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos…”. Es una palabra de Jesús, que leímos en la Misa del domingo 13 de febrero: “¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!” (Lc 6, 24-25).

Es una advertencia de Jesús sobre el peligro de las riquezas: No se puede servir a Dios y al dinero. Pero también es una toma de conciencia, válida para el tiempo de Jesús y para nuestro tiempo, de que riqueza y pobreza coexisten, y que si la pobreza existe, es por la injusticia con que se maneja tan a menudo el mundo de la riqueza. Mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada.

Pero la riqueza la necesitamos: en bienes disponibles, capitales, medios de producción, etc. La solución no es: “no tengamos ricos”. Tampoco es “no tengamos ricos individuales y tengamos un único Estado rico”, pues ya sabemos los peligros que eso encierra.

El camino es tener la riqueza más repartida y menos concentrada en pocas manos. En el mundo hay una concentración escandalosa de la riqueza: un 1,1 % de la población posee el 45,8 % de la riqueza, mientras que el 55 % de la población mundial tiene apenas el 1,3 % de la riqueza global (cf. Informe Credit Suisse 2021). Y la concentración en pocas manos de cualquier actividad productiva, comercial o de bienes que tienen que servir a todos, ocasiona una falta de competencia que daña a la ciudadanía y es causa de múltiples abusos, que entre nosotros conocemos bien.

Junto a una riqueza mejor distribuida, es clave que ella cumpla su función social. La enseñanza social de la Iglesia recuerda que el primer principio de todo ordenamiento ético-social es el destino universal de los bienes: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno”, enseña Juan Pablo II en la Centesimus Annus. Por tanto, el derecho a la propiedad privada, que también es un derecho natural, debe facilitar que se cumpla del principio prioritario de que los bienes son para uso de todos. Por eso, el rico no puede olvidar que sus riquezas no son solo suyas, sino que ellas deben servir a la construcción de una sociedad más justa.

El rico no debe cansarse de crear trabajo, actuar con equidad, pagar los impuestos, etc. Y si sus riquezas crecen, que no sea a costa de la justicia, de la ética, de la expoliación del medio ambiente o de la competencia desleal. A mayor beneficio, siempre mayor responsabilidad.

¡Ay de los ricos!, dice Jesús, quien también advierte: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios” (Mt 19, 24). Pero luego agrega: “Para Dios no hay nada imposible”, porque el camino del amor y la justicia siempre está abierto como camino de salvación para todos.

Lo clave es seguir el consejo de Jesús, que nos invita a volver la mirada a los pobres: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas” (Lc 16, 9).

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Leave a comment
scroll to top