Atacar la democracia tiene precio

Señor Director:
Lo que pasó en Brasil no es chisme de pasillo ni novela extranjera. La condena a Jair Bolsonaro —27 años tras las rejas por conspirar contra la democracia— debería retumbar en Chile como esos portazos que despiertan a media noche: abruptos, incómodos, imposibles de tapar con la almohada. Porque aquí también hemos visto a quienes creen que las instituciones son utilería barata, que la democracia es un juguete que se dobla y se estira según el antojo del poderoso de turno.
Además, Brasil nos pone frente al espejo con brutal sinceridad: ¿qué hacemos para blindar lo que en Chile se recuperó con coraje y terquedad? ¿De verdad creemos que la democracia es un muro indestructible o aceptamos que cualquier fisura puede transformarse en avalancha?
Condenar a Bolsonaro es más que justicia: es advertencia. Los ataques al Estado de Derecho no siempre llegan marchando en botas; a veces vienen disfrazados de discursos almibarados, de líderes sonrientes, de promesas que suenan a melodía y esconden pólvora.
En Chile, defender la democracia no admite medias tintas. Significa sancionar sin titubeos cada intento de dañarla, venga pintado del color que venga. Porque si bajamos la guardia, el derrumbe no será ajeno: será en nuestra propia casa, la misma que nuestros padres levantaron con paciencia tras el último colapso.
Ricardo Rodríguez Rivas
Magíster en Gobierno y Gestión Pública