Señor Director:
En la literatura revolucionaria aparece una frase destinada a sublimar acciones políticas: “tomar el cielo por asalto”. Bellas palabras para justificar la violencia como “parte de la historia”.
En esta línea se inscriben hechos marcados de rojo en el calendario revolucionario: Asalto al Palacio de Invierno, en la revolución rusa, asalto al Cuartel Moncada, en la revolución cubana. Sabemos en qué terminaron esos asaltos: En la ruina de la gran utopía que anunciaba “el día final del sufrimiento…”
Allende no quería asaltar La Moneda, prefería la vía electoral para tomar el gobierno y desde ahí comenzar, como deshojando margaritas, transformando el orden existente en un socialismo “con sabor a vino tinto y empanada”. Pero, un sector gravitante no quería ese camino y apenas entró en La Moneda, comenzó el asalto a empresas, universidades y la Catedral de Santiago. Conocemos a dónde condujeron los asaltos en la dinámica de avanzar sin transar.
La nueva hornada que ha llegado al gobierno, no habla de asaltar instituciones ni empresas, pero en la práctica ha iniciado un nuevo asalto, ahora a las finanzas públicas. Se crearon rápidamente cientos de fundaciones comprometidas con las “transformaciones profundas” y se aflojaron en el Estado los controles para entregar platas públicas a estas fundaciones con una improvisación y descaro desconocido hasta ahora en la política chilena. Se trata de un nuevo camino hacia el mismo fin: terminar con el capitalismo para iniciar la construcción del socialismo. Esa era la intención de la Asamblea Constituyente que al extremar los delirios despertó el sentido común de los chilenos. Dos votaciones han parado en seco esa estrategia y pareciera que están haciendo caja para financiar una segunda oportunidad; total, piensan, son jóvenes y pueden esperar. Sin embargo, el asalto financiero puede ser la tumba de esa ilusión.
Alejandro Witker
Historiador