“Arroyo me alcoholizaba y abusaba sexualmente de mí”
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“Habían pasado tres años. Él me compró una moto. Atrás de la casa parroquial había un galpón grande y me dijo que aprendiera a andar ahí. Yo empecé a aprender, pero por rabia, me subí y la choqué contra la pared. Cerca de esa fecha me arranqué de él, en una oportunidad en que fue a hacer misa a Zemita (localidad cercana a San Fa-bián). Yo me vine a pie hasta San Carlos, al cruce. Caminé 80 kilómetros ese día llorando y ahí un camionero me trajo a Chillán, me dijo “¿por qué no vamos a Carabineros?” Yo le respondí que no, que me llevara a Chillán nomás y ahí se acabó el calvario”.
Era fines de los ‘70 y Patricio, hoy con más de 50 años, aún no cumplía los 18. Tres años antes comienza el relato de más de 20 páginas que entregó a la Comisión Scicluna, donde narra los presuntos abusos cometidos por el exsacerdote Juan Alberto Arroyo -apartado en 2014 de la Iglesia por ver pornografía en un colegio donde ejercía como capellán-, cuando era párroco de Sagrada Familia y de San Fabián de Alico. Su denuncia, realizada también a la justicia civil, ha llevado a los obispos eméritos Alberto Jara y Carlos Pellegrin, a declarar por presunto encu-brimiento. Dos cartas habría entregado la familia sin que el Obispado tomara ninguna medida contra Arroyo.
“Mi madre es muy católica y todavía lo es, desde chico nos llevaba a todos a la Sagrada Familia. Empezamos a crecer y este cura -Arroyo- empezó a llegar a mi casa y para mi madre era como un dios, nunca pensamos que era un degenerado y como yo era uno de los mayores, en esa época tenía 15 años, me invitaba para la iglesia y yo participaba como acólito. Me dio confianza y me empezó a llevar a San Fabián de Alico, porque a él lo trasladaron a ese pueblo como párroco. En esa iglesia había una casa parroquial donde él vivía, pero nunca pensé que él iba con malas intenciones. Empezó a darme trago, whisky, cigarro. Yo no bebía ni fumaba en esos años. Abusaba de mí sexual-mente, con sexo oral y besos con lengua. Yo lo que atinaba era solamente a llorar, llorar, llorar, nada más”, relata.
“Al otro día en la mañana también hacía lo mismo antes de ir a ejercer su trabajo. Yo me quedaba todo el día ence-rrado en la casa parroquial de San Fabián. En esos años esto pasaba los fines de semana y las vacaciones, no hallaba la hora de que él me trajera a Chillán, cuando me traía yo con miedo no les decía nada a mis padres, y volvíamos el fin de semana. Mi mamá no sabía, no captaba nada. No dije porque le tenía miedo, y todavía le tengo miedo, a la edad que tengo y toda la vida con un temor contra él porque es un sádico este hombre”, sostiene.
Patricio recuerda que “me llevó a Santiago, a San Bernardo. Viajamos toda la noche en su auto. Había otros curas, todos eran rubios y estaban con niños. Estuvimos un fin de semana, a cada cual le asignaron una pieza, en la mía había una cama nomás, el cura esa noche abusó toda la noche de mí, sexo oral, me penetró también, yo lo apartaba porque me dolía. Antes de eso tenían una mesa llena de maní y se reían ellos y hablaban en su idioma porque había cuatro curas extranjeros más Arroyo. Esa noche nos dieron un vaso de whisky a cada uno sin be-bida, y yo fui el segundo que me fui a acostar y quedaron los otros curas conversando con los otros niños. Fueron tres noches de suplicio ahí. Al tercer día, el domingo, fuimos al centro y me compró un terno, que después boté en Chillán”.
Las cartas
A mediados de los ‘90, la familia de Patricio se enteró de lo ocurrido y su madre envió una carta dirigida al obispo Alberto Jara, quien en esa época estaba a cargo de la Diócesis. “Él me alcoholizó, yo no era alcohólico, cada vez que tomaba me acordaba y gritaba que me había violado, entonces mi familia mandó estas cartas para que lo echaran de la Iglesia. Al exobispo Jara, a él le fue entregada la carta de mi madre en Chillán y la hicieron desaparecer, pero él sabe que la carta existió y el sacerdote Luis Concha también sabe, esas dos cartas existieron para sacar a ese cura, pero no se hizo nada”. La segunda carta fue entregada por su hermana, en la época de Carlos Pellegrin.
Patricio enfatiza que lo que más le pesa es “no haberle dado buen ejemplo a mi familia, a mis hijos, todo lo que los hice sufrir por la culpa de él. Siem-pre quise ser detective, por él no pude estudiar, solamente me dedicaba a tomar, a buscar mujeres, pensando que yo iba a ser gay”.
Denuncia
“Me decidí porque vi que ya había un poco de apoyo al denunciar esto y además, este señor Arroyo hizo una llamada telefónica amenazándome de que estaba listo el cementerio para mí. Me decidí ir a la PDI e hice una denuncia por amenazas de muerte”.
Patricio también fue al Obispado el año pasado a denunciar. Habló con el sacerdote Pedro Rodríguez, entonces vicario general, con la abogada del Obispado, Paula Cornejo, y en otra oportunidad con Pellegrin.
“Anotaron en una hoja de oficio, nada más, no me ofre-cieron psicólogo, que deberían haberlo hecho, porque soy un hombre viejo ya”, reclama. En su conversación con Pellegrin, Patricio asegura que “recibió personalmente la denuncia de estos hechos en el Obispado durante el mes de agosto de 2018, y reconoció en dicha ocasión que tenía conocimiento de las conductas impropias contra menores cometidos en dis-tintas parroquias por el Sr. Arroyo durante décadas”.
Sobre Arroyo aún recuerda que “nunca le vi una actitud de compasión, sabiendo que yo era un niño. Algunas veces él hacía bautizo en El Sauce, donde él tomaba trago. ‘Ya nos vamos’, les decía a los dueños de casa.
Yo un día le dije al dueño de casa ‘¿por qué no entretiene más a este caballero, al curita?’. ‘¿Y para qué?’, me dijo. ‘Es que no quiero irme porque está buena la fiesta, quiero divertirme’, le dije yo, como cabro chico. Era mentira, si yo quería estar ahí, en la fiesta, para que no me llevara al calvario de la casa parroquial. Al otro día estaba como si nada, haciendo misa ahí mismo en San Fabián, y yo pasándole la copa de la hostia, la copa de vino para que hiciera misa y yo miraba cómo la gente creía en él como cura”. Hasta hoy, Patricio sigue sin tener una respuesta de la Comisión Scicluna ni del Obispado. Pese a lo ocurrido todavía cree en Dios y asiste a misa, y confiesa que llora, al igual que cuando tenía 15 años.