En diferentes ciudades del mundo (grandes, medianas y pequeñas) los edificios testigos de la historia y del devenir de sus habitantes son respetados y puestos en valor, porque no solo constituyen un motivo de orgullo para todos, sino también un fuerte atractivo para los turistas y estudiosos del patrimonio.
En tal sentido la arquitectura moderna local debiera ser un elemento protagónico de la imagen de marca de la capital de la región de Ñuble, tanto para quienes simplemente disfrutan de la estética y solidez de estos inmuebles, como para los expertos, porque es el reflejo de lo que somos: una ciudad que tras el terremoto de 1939 se volvió a poner de pie de la mano de preceptos que eran revolucionarios para la época.
En efecto, la reconstrucción de Chillán se realizó con una visión claramente influenciada por la arquitectura moderna, que podemos observar actualmente en decenas de viviendas y edificios, y muy especialmente en el conjunto de edificios públicos y el Patio de Los Naranjos que alberga al Gobierno Regional y a otras unidades fiscales, y especialmente en la Catedral de Chillán, que junto a la Cruz Monumental, fue declarada Monumento Histórico Nacional en 2014.
El templo, diseñado por el arquitecto chileno Hernán Larraín, fue el primero de su tipo en el país, encabezando una nueva concepción de la arquitectura eclesiástica. Razones de sobra había entonces para aquella declaratoria, aunque no debemos olvidar -y esa es la reflexión actual a la que invitamos- que también impuso un compromiso a la ciudad y a sus autoridades, para su conservación y puesta en valor. Recordemos que la promesa consistía en un mejoramiento del espacio urbano en que están insertos estos edificios que son referentes nacionales y latinoamericanos de la arquitectura moderna. En concreto, terminar con la contaminación visual del enjambre de cables que por años ha opacado la monumentalidad de estas construcciones y la remodelación de la Plaza de Armas.
Aquel compromiso que no se cumplió en la anterior administración edilicia, podría concretarse en la actual, según antecedentes entregados recientemente por la municipalidad de Chillán.
La ordenanza que faculta al municipio para ordenar el retiro del cableado aéreo comenzará a regir el próximo año, lo mismo que el inicio de la remodelación de la plaza de armas, proyecto que considera la renovación de luminarias peatonales y ornamentales, el soterramiento del cableado, mejoramiento de áreas vedes y arbolado, nuevos pavimentos y mobiliario urbano y un nuevo sistema de aguas lluvias, entre otras obras.
Hasta no hace mucho tiempo, la incomprensión del gobierno de la ciudad sobre la importancia del patrimonio arquitectónico era moneda corriente, pero hoy aquello parece estar cambiando. El trabajo que realizan la Unidad de Patrimonio y el Comité Bicentenario son un avance, aunque todavía insuficiente.
Falta que otros actores, sobre todo privados, se sumen a los esfuerzos por impedir que un poderoso activo de identidad, como es la arquitectura moderna, quede a merced de las leyes del mercado. Hay que entender que preservar en modo alguno significa un freno a la inversión privada.
Chillán debería tener una política local de conservación, poderosamente justificada en la defensa de una memoria que no es patrimonio de nadie, pero es de todos. Un capital no solo simbólico, sino también económico, pues la arquitectura moderna es un recurso importantísimo para nuestra promoción en Chile y el mundo, aquello que definitivamente puede sacarnos del folclorismo de las longanizas y marcar una diferencia con otras ciudades.