Si bien son inevitables las lecturas disímiles sobre la escalada del conflicto social que cruza a todo el país, no puede negarse que las desviaciones derivadas del vandalismo que hemos sido testigos no soluciona los males que pretende sanar, sino que resulta altamente perjudicial por las pérdidas económicas y también para muchos ciudadanos que verán vulneradas sus libertades y alterado su ritmo cotidiano.
Resultan incuestionables los reclamos de las casi 8 mil personas que ayer llegaron hasta el eje cívico de la ciudad para manifestarse, pero son dos cosas muy diferentes las justas protestas de la ciudadanía y el vandalismo y el lumpen que apareció ayer en Chillán, dañando el mobiliario público y varias tiendas del centro.
Ayer registramos imágenes que no estamos acostumbrados a ver y que merecen una enérgica condena de toda la comunidad local. Evidentemente, se trata de un contexto extraordinario, pero ello no justifica que las reglas sociales habituales sean abandonadas y se alteren violentamente las respuestas que dan los individuos. Cuando se desmorona el mundo normativo, se vive en estado de anomia y ya sabemos cómo terminan esa historia.
Lo que tampoco puede ignorarse es que la jornada de ayer fue terreno fértil para las informaciones falsas sobre el nivel de conflictividad que se registró en la capital regional y que es otra de las cosas que demanda una profunda reflexión, tanto a nivel individual, como del importante rol que en estos casos juegan los medios de comunicación formales. La extensa cobertura que ayer desplegó el equipo de La Discusión, en sus plataformas digitales y principalmente en la radio, precisamente tuvo como principal objetivo informar con veracidad y verificar decenas de datos malintencionados que circularon por las redes sociales.
Desde la autoridad, la decisión política fue decretar el Estado de Emergencia para Chillán y Chillán Viejo, entregando la coordinación de la seguridad pública a la autoridad militar. Una medida que fue cuestionada desde algunos sectores, pero que resulta acertada en cuanto una mayor vigilancia nocturna permitió anticipar la aparición de focos de violencia y aportó tranquilidad a la población.
A los chilenos nos costó demasiado recuperar la democracia como para que la legítima protesta social sea coaptada por sectores que avalan la violencia y reviven viejas antinomias que hace 46 años nos llevaron al quiebre institucional. De esta idea resulta un discurso corrosivo y un anarquismo que mancha todo esfuerzo de la sociedad movilizada por expresar su descontento. Es un planteamiento que solo sirve para multiplicar los efectos de las anomias sociales que hemos sufrido y que en nada contribuye a la recuperación del tejido de la convivencia civil de la que depende la existencia de cada uno.