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Señor Director:
Estos últimos tiempos en América Latina ha suscitado nuevamente el gran declive de nuestro hemisferio: la subjetividad de las dictaduras.
Hay un problema de fondo en creer -ingenuamente- que existen dictaduras buenas (o menos malas) y dictaduras que tienen la condena real, que todo régimen dictatorial merece.
Venezuela, el eterno ejemplo por la intención de perpetuarse en el poder de Chávez y Maduro, es el caso más útil para graficarlo. Para algunos un país con problemas, para otros la dictadura más nefasta de los últimos años.
En este punto, uno puede palpar cercanamente al presidente Gabriel Boric. Un presidente que condenó a Nicaragua como el régimen autoritario que es, pero que demuestra dificultad notoria para condenar a Venezuela, más aún con los últimos acontecimientos del ex teniente asesinado en Chile y las inhabilidades a sus opositores.
Esta izquierda presente en Chile tiene un fetiche enloquecido de condenar la dictadura de los dictadores muertos, pero tienen una relatividad vergonzosa con los dictadores vivos. En definitiva, el discurso de la nueva izquierda frenteamplista no es más que un slogan carente de coherencia y de una deshonestidad intelectual notoria.
La izquierda es relativa en su contenido, es sumisa ante las dictaduras afines a sus ideas y es hipócrita al ofrecer una narrativa rentable en la condena a regímenes contrarios a sus ideas fracasadas.
Alonso Rivera