¡Oh Machi amada, destruye este wekufe del odio violento, más terrible que el corona virus, esa rabia que se instaló en nuestro piwke nacional. Haz bajar la Luz Azul del Padre con tu modesto kultrung, espejo del kultrung del Cielo; sana la arritmia ontológica que sufre el ser, el corazón de este Chile mestizo, y levanta los rewe destrozados que por siglos la soberbia inconsciente pisotea. Somos agua, somos tierra, somos aire, somos Cielo. ¡Qué importan las otras pertenencias no esenciales de que somos mapuche, somos wingka.
Lo importante es que “SOMOS”. Y somos humanos hijos de la madre Tierra y del padre Cielo. El día que tu luz azul purifique nuestros ríos, desaparecerá de golpe la locura que quiere dividir esta nación de hermanos. Machi amada, que por tu arte de curandera, nunca dejen de vibrar las membranas también azules de nuestro antiguo corazón, nuestro piwke eterno, que un dia bajó del Gran Río Azul de las estrellas.”
Esta fue mi oración para el Año Nuevo o wiñol tripantu, el pasado 21 de junio. Y frente a la foto de mi amiga la machi Panchita de Quepe, que desde Arriba nos acompaña, desde hace semanas la recito todos los días. Negar que eres mapuche, no invisibiliza que los chilenos hayamos sido sometidos por siglos. Porque el pueblo mestizo de Chile (el 92 %) en los 210 años de república, se le ha colonizado y se le ha negado su identidad: así se le tiene desconectado de su esencia, y por ende, así más manipulable. Con respecto a las causa de la violencia en el Wallmapu, hay una ceguera transversal en la clase política. Por el inmovilismo secular del Estado, pareciera que le conviniera la falsa polarización entre mapuche y chileno, desconociendo y violentando la genética del pueblo chileno; su profundo ADN mestizo. Porque todos somos mapuche y europeo al mismo tiempo: un asunto elemental, que mañosamente las elites gobernantes no han querido ni quieren hacerse cargo. En el siglo XIX ellas crearon el arquetipo de “el roto” para que la masa del pueblo no se aceptara mestizo y así olvidara su raíz mestiza.
No podemos aceptar más la tesis de un enemigo interno, porque así el legislador y el gobernante elude el trabajo pendiente desde O’Higgins : la reconciliación profunda con el ancestro chileno negado.
Todos tenemos el derecho de sentirnos mapuche: 1. Nos autoriza la sangre. 2. Nos autoriza los nombres del lugar donde nacimos (lengua que permanece, a pesar de que se nos haya impuesto otra). 3. Nos autoriza el ecosistema desde donde nutrimos el cuerpo. 4. Nos autoriza el paisaje desde y con el cual nutrimos nuestra alma. Así como Chile pertenece al Occidente latino, también, con el mismo derecho y legitimidad pertenece al wallmapu andino.
Percibimos que antes que empiecen las vendettas de sangre, el Congreso debe obligar a una negociación política fraterna. En ese sentido, y tal como ocurrió con el 10% de las AFP, el Congreso debe sacar adelante la plurinacionalidad en la Constitución. Los carabineros solo quiere atrapar delincuentes y cuidar a débiles, y nunca más, nunca más, reprimir rabias legítimas de pueblos/naciones decentes.
Es la hora de negociar, devolver poder y emanciparse mutuamente. Porque frente a la elite, los chilenos nos vemos como mapuche. En la medida de que el pueblo experimenta un despojamiento producto de la asonada neoliberal de los últimos 50 años, eso posiciona al pueblo de Chile en el lugar del indígena y se refleja en su lucha. Bien lo dice el académico de la U. de Chile Rodrigo Karmy : “El pueblo de Chile se ve a sí mismo, a partir de esa bandera mapuche como un indio, enfrentado nuevamente a los conquistadores españoles.
La oligarquía neoliberal que gobierna y que representa al 1% de la población, en el fondo es la cristalización contemporánea de los antiguos conquistadores. En otras palabras, son los verdaderos conquistadores”.