Señor Director:
Juan Domingo Perón, aseguraba que “de todo se vuelve, menos del ridículo”; en el amor y en la política, probado está, esta sentencia resulta fatal. Tal vez por ello me cueste entender el afán de algunos líderes de la política nacional por caer en situaciones que los llevan a ese lugar del no retorno que advertía el viejo caudillo.
Tales personajes, por congraciarse con la audiencia, se disfrazan de payasos, se dejan dar de cachetadas y aceptan ser ridiculizados, tratados de tú y en una confianza de amigotes de cantina bailan abrazados, se ponen delantal de cocinero y disparatan al extremo de transformarse en carne de cañón de humoristas e imitadores; ejemplos sobran. Por otra parte la falta de formalidad y rigurosidad en las reuniones telemáticas se ha transformado en un show de ordinarieces, de faltas de criterio y de respeto lamentables. El consuelo de tontos, es que al parecer esto no ocurre solamente en nuestro país, sino también en otros países donde, como en Chile, se observa personajes trasnochados, mal vestidos, que se hacen acompañar de perros que ladran, que intervienen irreverentemente apoltronados en sus dormitorios, mientras brindan con sus angustias de dipsómanos, sientan en sus piernas algún amor de apuro, rinden culto a la humanidad, dejan una fotografía de juventud o de un gato frente al computador para marcar asistencia o se pasean en calzoncillos a vista y paciencia del auditorio. En Europa, han advertido que este tipo de roterías provoca desánimo en la ciudadanía inteligente y devalúa a la política y a sus actores, recomendando retomar la senda de una tan necesaria austeridad.
En fin, amable lectora o lector, en el amor, según he sabido, claro, no son pocos los que después de un hecho de infortunio desdoroso ya no cruzaron más frente la puerta de la noviecita aquella.
Miguel Gaete de la Fuente