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Acogimiento familiar

En Ñuble, 180 niños, niñas y adolescentes viven hoy en residencias. Veintiséis de estos menores tienen menos de un año de vida. Apenas han llegado a este mundo, y ya cargan con una historia de abandono, violencia o negligencia. Un comienzo injusto. Un comienzo que, como comunidad, no deberíamos permitir que se convierta en destino.

La protección de la infancia no es solo responsabilidad del Estado. También es nuestra, de todos quienes vivimos en Chillán, en Coihueco, en Yungay, en San Fabián o en Cobquecura. Es de quienes creen que el hogar más digno no es un edificio institucional, sino una mesa compartida, el vínculo íntimo y cotidiano donde ocurre la verdadera reparación de un niño o niña que ha sido herido en su derecho más básico, a ser amado y protegido.

La realidad que enfrentamos en Ñuble es triste y alarmante. El ingreso de menores al sistema de protección ha aumentado en un 100%. En los últimos meses, la presencia de bebés en residencias se ha incrementado en un 72%. Es una cifra que duele aún más si consideramos que vivimos en una región donde pensábamos que los lazos comunitarios eran más fuertes y podían transformarse en una fortaleza para el cuidado compartido.

Actualmente, en Ñuble solo existen ocho familias de acogida externas. Un número que se queda corto frente a la urgencia de la niñez. El filtro del proceso es exigente, ciertamente. De cada 100 personas que se interesan, solo 10 continúan en carrera. Pero, ¿qué pasaría si más personas siquiera se atrevieran a iniciar ese camino?

La respuesta del Estado se ha traducido en difusión, capacitación y acompañamiento a quienes deciden acoger. Desde el Servicio de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia destacan el cambio cultural que comienza con derribar mitos. Hoy se sabe que no se necesita un ingreso alto ni una familia “perfecta” para ser acogedor. Lo que se necesita es compromiso, disposición a acompañar y a sanar.

Pero este no es solo un asunto del Servicio de Protección, ni de los tribunales de familia, ni de las fundaciones que operan los programas de acogida. Es un tema que ojalá movilice a muchos otros actores de nuestra comunidad, incluidas empresas, autoridades locales y regionales. Porque cada lactante, cada niña, cada adolescente que hoy vive en una residencia merece una familia, aunque sea temporal.

En La Discusión tenemos claro nuestro rol. Informar no basta. Hay que movilizar. Por eso en la última Edición Domingo compartimos estas historias con responsabilidad, con rigor y con la convicción de que el periodismo puede ser puente. Nos comprometemos a seguir visibilizando esta temática, con profundidad, con humanidad, con imágenes y voces que conmuevan e impulsen la acción.

Mientras usted lee estas líneas, hay bebés que no saben lo que es el calor de una familia, niños y niñas que pierden día a día la esperanza de ser acogidos.

La buena noticia es que se puede cambiar esa realidad y ser parte de una red que protege, cuida y repara.

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