“Acá se aprende a valorar la estabilidad y la preparación del país, porque la guerra llega, no avisa”

Si bien el invierno en Ucrania puede llegar al intimidante nivel de los -20 grados, generalmente el termómetro descansa en los 0 grados. Mientras que los veranos, con su promedio de 20 a 25 grados, clima mediterráneo y una arquitectura que cuenta gloriosas historias, son el marco perfecto para pasear, mirar, reflexionar y entender en parte la vida.
Así al menos, han transcurrido estos días para el exsargento del Regimiento de Chillán, José Figueroa Aracena, uno de los veintitantos chilenos que se enroló en el Ejército ucraniano para defenderlos en la guerra con Rusia, que arrancó un 24 de febrero de 2022, luego que los de Putin lanzaran ataques terrestres, aéreos y marítimos, con el pretexto de proteger a la población rusoparlante del Donbás y “desnazificar” Ucrania.
Los estruendo, las masacres y la destrucción tuvo su primer eco en Ñuble, cuando la familia de un mecánico chillanejo -José Palma- avecindado por toda una vida en ese estado de la Europa oriental, huyera de la muerte con su esposa, su hijo, una nuera y una nieta ucraniana para llegar al seguro techo de su familia, en nuestra ciudad.
Fueron homenajeados en el Teatro Municipal por el pianista Roberto Bravo, quien les habló en su idioma y les brindó un concierto, con ellos en primera fila.
Al revés, en Ucrania, no hubo pianos ni homenajes para el sargento Figueroa. Su vida transcurre entre el frente y un búnker, aunque de tanto en tanto, puede ir a la ciudad, lejos del conflicto. Allí pasea, mira, reflexiona y entiende cosas sobre la vida.
“He notado que en ciudades como Leviv y en otras zonas más alejadas del frente, hay tranquilidad, una sensación de vida normal dentro de lo posible. Se percibe confianza en el Ejército y orgullo por lo que están haciendo los soldados. Son muy nacionalistas acá”, relata el sargento.
Luego añade el infaltable “sin embargo”:
“En ciudades como Kiev, donde los bombardeos y los atentados terroristas, por parte de Rusia a zonas civiles, son más frecuentes, se nota una tensión distinta, la gente vive con más cautela, con ese miedo latente a lo que pueda ocurrir”.
Y como si se tratase de un relato literario, remata esa descripción con líneas saborizadas con algo de épica. “Aun así, incluso allí se percibe una gran resiliencia, una voluntad de seguir adelante pese a todo. También he notado el agradecimiento a nosotros los latinos y extranjeros que brindan ayuda a su nación, son muy amables y se nota su agradecimiento”.
Allí, donde se marca la diferencia
– Cómo fue su trayectoria en el Ejército de Chile?
– Llegue al grado de sargento primero de ejército con 24 años de servicio en la institución. Soy comando, paracaidista y armero artificiero. Y aunque soy oriundo de la ciudad de Angol, llevo más de 15 años en Ñuble, totalmente radicado y con casa allá, por lo que me considero un chillanejo”.
-Diversos reportajes a soldados sudamericanos, incluyendo chileno, establecen que las decisiones de quienes partieron a ese frente lo hicieron por razones económicas o políticas. ¿Cuáles fueron las suyas?
– Fue una decisión muy personal, pero también de convicción. No se trata solo de un viaje o de una misión militar, es la búsqueda de propósito. Después de tantos años sirviendo a mi país y siendo Comandos Boina Negra, sentí que podía aportar mi experiencia donde realmente se está poniendo a prueba el valor.
Ucrania hoy representa una causa que va más allá de las fronteras, la situación que vive Ucrania con respecto a la injustificada invasión rusa fue lo que principalmente me motivó a tomar esta gran decisión.
Con respecto al lugar específico en el que me encuentro, no lo puedo informar por razones de seguridad pero le puedo decir que estoy en el oriente de Ucrania muy cerca de la frontera con Rusia.
-Se estima que unos 8 mil voluntarios de 75 países se enrolaron a favor de Ucrania. Los informes oficiales hablan de un 40% de soldados sudamericanos. Algunos de los que han vuelto, han declarado que al llegar se encontraron con situaciones muy diferentes a las prometidas. ¿Le ocurrió algo así, también?
-Yo tomé contacto con el Ejército de Ucrania donde me dieron toda la información necesaria, con respecto a que tendría que pagarme el pasaje y la estadía por propios medios; respecto al sueldo que recibiría después de pasar el proceso de postulación. También fueron claros en qué consistían las condiciones del contrato y hasta el momento, todo ha sido acorde con lo establecido, no tengo ninguna queja de nada que no me hayan dicho antes de venir, estoy completamente conforme hasta ahora.
-Considerando que ha debido enfrentar el conflicto lado a lado con soldados de otros países de Sudamérica, ¿Qué diferencia advierte en la formación y preparación que recibe el soldado chileno respecto a la de otros militares?
-Lo principal es que la instrucción militar en Chile tiene un sello muy particular. En mi experiencia en las Fuerzas especiales del Ejército se destaca por ser extremadamente rigurosa en todo lo que respecta a la planificación y a la coordinación dentro de una misión. En Chile no se deja nada al azar, cada movimiento, cada acción, cada contingencia se estudia y se ensaya una y otra vez. Existe una cultura muy marcada de disciplina y precisión, donde la preparación mental y técnica va de la mano con la exigencia física.
-¿Y eso como lo diferencia en el campo de batalla?
– Con el personal que he compartido, que son principalmente colombianos y brasileños, he visto un enfoque por parte de ellos, más práctico o adaptado al terreno, con estructuras menos formales o más flexibles, pero en Chile se mantiene un estándar muy alto en la parte doctrinaria y operativa. Eso te da una base sólida para adaptarte a cualquier entorno, porque aprendes a planificar hasta el más mínimo detalle, y eso puede marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso de una operación. Yo pertenecí antes del regimiento Chillan a la AFEs (Agrupación de Fuerzas Especiales del Ejército) que se encuentra en la Brigada de Operaciones Especiales, en Colina, ahí saque los Cursos de comandos paracaidista.
-¿Es complejo conformar un ejército con soldados formados con diferentes orientaciones?
-Sí, coordinar acciones con personas de formaciones diferentes siempre representa un desafío, sobre todo en el ámbito militar, donde cada escuela o país tiene su propia doctrina, procedimientos y formas de interpretar las órdenes. Pero ahí es donde se nota la importancia de una buena planificación y liderazgo.
En mi experiencia, cuando la coordinación se basa en objetivos claros, comunicación constante y respeto por la experiencia de cada uno, las diferencias se transforman en una ventaja. Cada formación aporta algo distinto por ejemplo algunos tienen una orientación más técnica, otros más práctica o más agresiva en la ejecución.
Si se logra unir todo eso bajo un mismo propósito, el resultado operativo es muy sólido.
En resumen, sí, es difícil, pero no imposible. Lo importante es tener mando, criterio y la capacidad de adaptarse en eso en mi caso particular me adapto muy rápido a las situaciones que se van presentando en el camino, porque en el campo real las diferencias desaparecen cuando el objetivo es común.
-¿Y su preparación con tilde en lo estratégico, le ha conferido algún liderazgo en su equipo?
-Más que hablar de liderazgo, creo que he tenido la suerte de contar con un buen equipo. Cada uno aporta su experiencia y compromiso, y eso hace que el trabajo fluya de manera natural. Si en algo he contribuido, ha sido en mantener la unión y la confianza entre nosotros e incorporarme a ellos ya que este equipo lleva mucho tiempo empleado y yo ahora soy el operador nuevo de este
“La guerra llega, no avisa”
No todos los 8 mil voluntarios están necesariamente en unidades “legión pura” (soldados). Algunos están integrados en brigadas ucranianas regulares.
Los sueldos varían muchísimo dependiendo del rol: los que van al frente en combate pueden llegar a ganar bastante (“hasta 4.800 USD”), lo que es un incentivo muy grande, más allá del altísimo riesgo.
Las condiciones sociales (salud, indemnización) apuntan a que Ucrania busca legitimar formalmente a estos voluntarios como parte de su ejército, a quienes no considera “mercenarios” desde su significado clásico.
Por lo demás, existe una oferta de residencia y ciudadanía, la que se ha transformado en un gancho fuerte para quienes ven su presencia en Ucrania como algo más que temporal.
Pero desde una carta con la descripción de la oferta, desde el entrenamiento de bajo riesgo que cada soldado trabaja en su país, al campo de batalla, la cosa cambia de manera drástica.
Informes rusos dan cuenta de la baja de un promedio que fluctúa entre los 20 y los 25 soldados extranjeros abatidos en batalla. Hablan ya de cerca de 750 bajas, entre ellos dos chilenos: Cristián Sagredo y Bryan Jara, a quienes sus familiares -según notas de la prensa nacional- aún no han conseguido repatriar.
-¿Es muy complejo pasar de la instrucción y la teoría a un conflicto real donde el error significa la muerte propia o lo del resto?
-Una persona que viene de un país como Chile, donde no hay un conflicto bélico activo, al llegar a un lugar en guerra comprende de inmediato el valor real del entrenamiento y la preparación. En mi caso, como Comandos, entendí que la disciplina, la planificación y el control mental que se inculcan en Chile no son solo teoría, aquí se aplican cada día. La guerra te enseña que el entrenamiento no era exagerado, sino necesario. También aprendes a valorar la estabilidad de tu país y a entender la importancia de estar siempre listo, porque cuando la guerra llega, no avisa.
-¿Cuando duerme, sus sueños se acercan más a la muerte o a volver con su familia?
-Yo ya no sueño nunca y menos con la muerte. Para mí no es necesario porque acá uno la siente cerca todos los días. Y cuando logro dormir tranquilo, más que la muerte se me aparece Chile, mi familia, mis seres queridos. Ellos son el sueño al que me gustaría volver algún día a Dios quiere.