Señor Director:
El problema de la romantización e idealización del 18-O es que no se puede evadir la naturaleza de los hechos que lo inauguraron: la nefasta destrucción, pérdida de vidas, heridos y paralización de actividades producto de una oleada sin precedentes de violencia anómica y vandálica. Inorgánica, sin líderes, autoconvocada, el 18-O fue la irrupción de la política de la identidad, la deslealtad democrática y un refundacionalismo sin mayorías.
Siguiendo al historiador Alfredo Jocelyn-Holt, los estallidos en Chile son la otra cara del orden establecido. La tesis devota de que la violencia es necesaria para producir cambios (“La violencia es partera de la historia”), debe asumir que del estallido viene el contraestallido y que, para asegurar nuestra convivencia (y existencia) colectiva, debemos retornar a la estabilidad institucional, la tranquilidad pública, los equilibrios macroeconómicos, al rigor técnico y a un reformismo proactivo.
Por desgracia, la decepción ciudadana tras los Pandora Papers, la malversación de fondos de un exdirector de la PDI, el alza de los costos de vida, el precario debate en torno al cuarto retiro, los espolonazos al Banco Central y la baja aprobación de la Convención, claramente nos llevan, paradójicamente, al mismo lugar al cual nos llevaron los violentistas del 18-O: la inestabilidad y el rupturismo.
Camilo Barría-Rodríguez